18 septiembre, 2007

¿Por qué lo llaman política cuando quieren decir elecciones?

Prepárense señoras y señores porque en los próximos meses vamos a enfrentarnos a la desenfrenada carrera por conseguir el último voto según el más reputado método “zapateril” de hacer las cosas, es decir, como sea.

Empezamos por los cheques bebé y hemos llegado ya a los cheques alquiler pasando por los cheques dentista o el macrocheque Cataluña, el caso es prometer y prometer y volver a prometer y, como no llegamos más allá, lo único que se sabe ofrecer es dinero, unos centenares de euros para esto, unos miles para aquello y unos millones para lo de más allá… gasto, gasto y gasto.

Vaya por delante que esto no es sólo culpa de los políticos, la cruda realidad es que vivimos en una sociedad en la que el único mensaje que se entiende es la promesa de pasta contante y sonante, todos nos mostramos muy preocupados por la educación, por ejemplo, pero si nos pagan el dentista…

Además, también hay que reconocer que las promesas inocuas, incoloras e indoloras (o presuntamente indoloras) que nos hagan pasar por progres ya se deben estar agotando: retirados de Irak, aprobado el matrimonio gay y permitido que pase de curso hasta el más conspicuo repetidor llega la hora en la que hay que rascarse el bolsillo para convencer a los indecisos y, puesto que el dinero no es suyo, si es necesario rascarán hasta romper la tela.

Me gustaría decir que este proceder el propio de la izquierda, pero todos los partidos tienen sus pecadillos al respecto, ahí tenemos a los populares que, por ejemplo, no tuvieron mejor forma de criticar los 2.500 euros por niño que apresurarse a recordar… que ellos prometían más.

En cualquier caso, creo que también es justo reconocer que en estas cosas la izquierda tiene más gracia y más salero que la derecha, así como un desparpajo y una soltura que para sí la quisieran los antiguos vendedores de crecepelo. La derecha o bien es liberal y no está por gastar a manos rotas o, como democristiana y beatilla, tiene o debería tener una relación más problemática con la mentira.

No menos cierto es que en esta ocasión concreta que nos ocupa Rajoy ha hecho una propuesta que es la única forma inteligente y cabal de alagar los bolsillos del contribuyente: bajar los impuestos, es decir, premiar la productividad en lugar de subvencionar a troche y moche.

Leyendo sesudas encuestas o escuchando menos sesudas conversaciones en los bares uno constata que ni la política ni los políticos tienen hoy por hoy gran prestigio social. Cada día entiendo más lo segundo y, viendo como estamos representados en tantas instituciones, casi lo veo lógico. En cuanto a lo primero, quizá tendríamos que plantearnos diferenciar dos cosas que a menudo tienen poco que ver: la política y las elecciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El hecho de que generalmente no se conozcan bien los mecanismos económicos más simples hace que en las promesas de contenido monetario no se vea su lado oscuro, es decir, la inflación y la desincentivación que provocan.