14 octubre, 2004

Paisaje tras la batalla

Finalmente, la batalla/esperpento del PP en Madrid ha acabado con la marcha atrás de un Ruiz Gallardón que ha visto claro que se iba a pegar una bofetada fenomenal y que, ante la perspectiva de arruinar definitivamente su propia carrera política, le ha dado a su esbirro Ángel Alfonso Cabo la orden de retirada.

Tremendo papelón, por cierto, el de este chaval, Roberto Luis Cobos creo que se llama, que ha visto como salía su jefe a comunicar que él ya no era candidato, me temo que no le espera un brillante porvenir político si bien supongo que desde su vicealcaldía podrá mirar al futuro sin excesiva preocupación, al menos en el aspecto crematístico.

El desenlace de la crisis se precipitó ayer cuando en la reunión Junta Directiva Regional Alberto Ruiz Gallardón y Carlos José Cabos constataron que les apoyaban ocho personas de un total de trescientas, es decir, algo menos de un tres por ciento. Así que esta mañana y al parecer visiblemente cariacontecido ha reunido a la prensa y ha anunciado que no, que en vista de que no pueden ganar y han cabreado a todo el partido que mejor lo dejan.

Personalmente, no entiendo muy bien esta retirada: el propio cabeza de lista Ernesto Juan Cubo me había convencido de lo sublime y democrático que era que hubiese dos candidaturas al congreso, e incluso respetabilísimos próceres de la democracia patria habían despejado mis dudas, de por sí escasas, sobre lo apropiado del proceder de la candidatura bicéfala y la oportunidad del momento que el centrismo ppopular había elegido para florecer cual delicada rosa otoñal.

Pero hay sobre todo dos cosas que no alcanzo a entender de esta historia, la primera es que un político hábil y aparentemente inteligente se haya metido en este berenjenal sin medir sus verdaderas fuerzas, ¿será que no es realmente tan listo? ¿Lo habrán atontado los cantos de las PRISirenas? Un misterio.

La segunda es que un señor con un cargo altísimo en el Ayuntamiento de Madrid se preste a ser el cabeza de turco, digo de lista, en una operación que desde el primer minuto se veía que no sólo estaba condenada a fracasar, sino que además iba a dejar en muy mal lugar a los perdedores. ¿Tanto amor profesa por su amo que estaría dispuesto a arder (políticamente, claro) por él a lo bonzo cual lama tibetano?

Esperanza Aguirre, por cierto, ha estado, tal y como nos viene acostumbrando, muy por encima de sus rivales, tanto en capacidad como en elegancia.

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