19 noviembre, 2004

¿A quién escuchamos?

Una interesante anotación de Johan Norberg sobre su decepción rammsteniana me lleva a reflexionar sobre la confusión en la que viven las sociedades occidentales a la hora de escuchar (quizá sea más adecuada la expresión prestar oídos) a gente que nos habla de política, ética y temas por el estilo.

Por ejemplo, lo normal sería que para que nos hablasen de política recurriésemos, entre otros, a los políticos, pero respecto a los profesionales de la cosa se produce un curioso fenómeno: por un lado están bastante desprestigiado y siempre se les considera partidistas e interesados, por lo que se concede poco crédito a sus análisis; al mismo tiempo se les escucha sin ánimo crítico, sin análisis y sin esfuerzo alguno de debate. Es decir, se acepta sin más las opiniones que consideramos de partida no demasiado válidas.

Así las cosas cabría esperar que la sociedad contase con una capa intelectual de pensadores, politógolos, filósofos e incluso periodistas que pudiese mantener un debate y ayudar a sus conciudadanos a formar opinión respecto a estos temas críticos, pero la realidad es que si bien esos grupos y esos nombres existen por lo general se les presta menos atención que al programa de Punset en un parvulario.

También tenemos a algunas instituciones que han venido ejerciendo un liderazgo moral y de valores en la sociedad, como la Iglesia Católica, pero aunque pueda parecer lo contrario actualmente su capacidad al respecto es extremadamente limitada: si nos paramos a pensar ni siquiera sus propios seguidores realmente asumen muchas de las implicaciones de la opinión oficial. Por poner un ejemplo un tanto extremo: ¿cuantas parejas llegan a su matrimonio por la Iglesia sin haber practicado sexo cuando la doctrina es inequívoca al respecto?

En definitiva, vemos que entre que a unos no se les hace demasiado caso, a otros no se les escucha y a los de más allá se les ignora en la práctica, la sociedad no tiene referentes válidos en estos escabrosos campos. Pero los referentes son necesarios, así que cabe preguntarse: ¿a quién estamos escuchando?

Aquí viene el estrambote: ante esta falta de referencias válidas la sociedad ha tirado de lo que tenía más a mano y, como suele pasar, a mano no había nada bueno. Así, en lugar de intelectuales de verdad escuchamos como quien oye al profeta a una cuadrilla de cómicos la mayor parte de los cuales no tiene ni gracia, ni formación intelectual alguna ni la más mínima educación cívica pero, como lo que sí tienen es mucho rostro y en las clases de teatro del instituto aprendieron a gritar, saber armar follón y, no queriendo, se les hace caso o, al menos, se les escucha.

Por si esto no fuera poco los modelos sociales, los espejos en los que se mira la gente y piensa yo de mayor quiero ser como ese… son de también de lo peorcito de cada casa: deportistas indiscretos, profesionales del famoseo, presuntos algo que ejercen de periodistas, presuntos periodistas que no se sabe muy bien de qué ejercen…

Algo estamos haciendo mal… y lo estamos empezando a pagar.

No hay comentarios: