La ideología nacionalista y, por tanto, los partidos que la abrazan y representan tienen siempre una característica en común, sean de izquierdas o de derechas, vascos, catalanes, salmantinos o de Burkina Fasso: tratan de extenderse por todos y cada uno de los espacios de la sociedad, ocupándolos de forma que termine por confundirse a la propia sociedad del territorio reivindicado con una de sus opciones políticas.
Esto afecta, por supuesto, a las instituciones políticas y los medios de comunicación, pero no se paran ahí sino que tratan de “nacionalismar” cualquier institución civil, ámbito cultural, costumbre popular o fiesta religiosa, de forma que se ha de ser “catalán”, ”ario”, “vasco” o “gallego” hasta para comprar el pan o limpiarse el culo, con perdón.
Uno de los ámbitos en los que más fácilmente se puede observar esta intrusión de la política en esferas que en principio deberían serle totalmente ajenas es el deporte de élite. Actividades masivas y de equipo como el fútbol son fuertes catalizadores de sentimientos para grupos importantes de la sociedad, por lo que los partidos nacionalistas, siempre al quite cuando se trata de jugar con los sentimientos ya que ellos mismos no pueden apelar a otra cosa que la entraña, siempre se han preocupado de identificarse con esas actividades deportivas y servirse de ellas.
Así, se identifica a entidades privadas y en principio apolíticas con una ideología y un territorio (buenos ejemplos de ello son el Athletic de Bilbao o el Barça) y en general el deporte es usado como arma de propaganda exterior y reforzamiento identitario interior, como bien sabían los regímenes comunistas.
Actualmente estamos teniendo en Cataluña una espectacular “renaixensa” de cómo se puede hacer política, pero de la más barriobajera, alrededor del deporte. Las famosas selecciones catalanas, las puñaladas traperas a la candidatura olímpica de Madrid, la pancarta en el Camp Nou… el tripartito nos enseña su patita (pataza más bien) totalitaria diciéndonos con quién debemos competir, a qué equipo debemos animar y, sobre todo, confundiendo interesadamente el culo con las témporas: como si las selecciones nacionales fueran un derecho de los ciudadanos conculcado desde el centralismo opresor.
Pero lo que es de verdad importante, que es promocionar el deporte y apoyar a las personas que lo practican, eso no, eso es secundario ante lo que más mola, que es “fer pais”, como si los países se pudiesen construir e inventar en contra de quienes supuestamente los habitan. Ese es el proyecto nacionalista y por eso es totalitario: porque el país es más importante que las personas.
12 diciembre, 2004
Nacionalismo y deporte
Posted by Unknown at 1:18 p. m. Menéame
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