10 octubre, 2005

Encuestas y paradojas o en qué coño piensa ese 40 %

Ha sido este un fin de semana de encuestas que ha culminado esta mañana con el sondeo de El Mundo que anuncia que, por primera vez desde marzo del 2004, el Partido Popular se pone por delante del PSOE en intención de voto. Por supuesto, tal y como han demostrado las últimas confrontaciones electorales en España y en el exterior, las encuestas no son el arma definitiva ni una foto de la realidad social tan perfecta como sus promotores y sus hacedores pretenden, pero creo que el hecho de que varios sondeos se muevan en la misma línea, bajada de los socialistas y subida de los populares, indica un cambio de tendencia muy significativo.

Sin embargo, lo más llamativo para mí no es ese cambio de tendencia que era previsible puesto que la distancia entre ambos partidos siempre ha sido escasa y con lo que está cayendo ahora lo lógico es que se reduzca o incluso que se invierta. Lo que sorprende si uno se para a pensarlo es que un 40 % de los españoles siga confiando en el PSOE. O mejor dicho, la cifra debería sorprendernos aunque a estas alturas ya estamos curados de espantos.

El enorme suelo electoral de los grandes partidos políticos españoles y muy especialmente del PSOE es, creo, la mejor muestra de nuestra inmadurez como democracia y como país. Pase lo que pase y haga lo que haga (corrupción, crimen de estado, tres millones de parados, descomposición institucional…) un tercio de los españoles se mantiene fiel a las siglas, impasible el ademán.

Pocas cosas le han hecho y le harán más daño a España y a sus habitantes que esa sensación de impunidad que sin duda disfrutan personajes como Rubalcaba, que sigue tan ricamente en la brecha tras ser ministro del último y lamentable gobierno González, con la corrupción a toda máquina y el GAL en los juzgados. La historia reciente (e incluso la menos reciente) le enseña al PSOE que da igual lo lejos que lleguen en sus mentiras y sus trampas para permanecer en la poltrona, su electorado todo lo perdona y todo lo olvida.

Cuando el precio que se paga por los errores o incluso los crímenes es tan bajo resulta muy difícil frenarse antes de cometerlos, especialmente si uno no anda muy sobrado de ética.

Y así nos va…

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