05 febrero, 2004

Caro Carod

Josep Lluís Carod-Rovira se ha convertido, para desgracia de Zapatero, en uno de los protagonistas centrales de la campaña electoral. Su reunión con ETA y su reacción al saberse la noticia han puesto sobre la mesa varias cosas: que es un inmoral; la verdadera naturaleza de su partido; y que la cabra, por mucho que entre en gobiernos que se supone que la van a vestir de seda, al final tira al monte.

Cualquiera que se hubiese fijado un poco podría ya saber estas tres cosas, pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver Carod y su partido seguirán pasando por “coleguillas progresistas”, y todo aquel que señale que es un lobo con piel de lobo será tachado de “fascista”, esa palabra que a base de arrojarla a la cara del adversario la izquierda ha abaratado tanto.

Particularmente, he dejado de escuchar con demasiada atención las tonterías y mentiras que suelta el sujeto cada vez que abre la boca, primero porque no la merece y segundo porque lo que me tiene fascinado es su gestualidad, su forma de dar discursos. La primera vez que me di cuenta fue la noche electoral de las pasadas elecciones catalanas, en las que salió a la tribuna para festejar su triunfo (un triunfo con solo el 16 % de los votos, que manda cojones) y en la que su voz entrecortada por la emoción, sus aspavientos y sus gestos eran absolutamente idénticos a los de la caricatura que Chaplin hacía de Hitler en “El Gran Dictador”.

Al final, prácticamente todos los nacionalismos son más una religión que una opción política: no se basan en un análisis racional de la historia o de las ventajas o desventajas que un ordenamiento diferente del estado - o un cambio de estado, incluso - pueden aportar a los ciudadanos, sino en los supuestos derechos de una entelequia, ya sea ésta el “pueblo vasco” o el “poble lliure de Catalunya”, a la que el político nacionalista cree representar, es más, tiene la “misión divina” de representar.

Lo que más miedo me da de Carod- Rovira es que tiene la fuerza y la convicción de los iluminados, y los iluminados al final sacrifican lo que sea necesario para cumplir su “misión”: cuando lo importante no es el individuo, el ciudadano, sino conceptos bastante huecos como el pueblo o la nación, el individuo es prescindible.

Al final, y si seguimos sin darnos cuenta de la verdadera cara de estos fanáticos, pagaremos muy caro todos los Carods que estamos criando.

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