20 abril, 2004

El jodido proxy

En la oficina moderna el proxy ha logrado sustituir el papel que venía cumpliendo con brillantez la junta de la trócola. Como genialmente interpretaban los añorados Gomaespuma, la junta de la trócola era la pieza de función ignota por la que toda maquinaria era susceptible de romperse, con consecuencias graves para el usuario y, sobre todo, para la economía del usuario.

Ya estamos en el S XXI, hemos mejorado, el progreso técnico es una oleada imparable y actualmente lo que se jode en nuestras oficinas es el proxy. Nadie sabe muy bien para que sirve un proxy, sólo que es algo que han colocado los malévolos informáticos entre nuestro humilde PC y la presuntamente abierta y cuasi infinita Internet.

De todos es sabido que los informáticos son una aviesa secta (casi tan malos como los liberales o los globalizadores) que pretenden dominar un lenguaje desconocido para la mayoría, con lo que adquieren un poder similar al de los escribas en el Antiguo Egipto. No contentos con dominar los secretos de la programación, el jar-uar y el sof-uar, les indigna que muchos humanos seamos capaces de enfrentarnos a un PC sin salir huyendo (quiero decir, sin retirarse), así que odian a personajes como Bill Gates empeñados en hacer informática para tontos e inventan malévolas artimañas, como los proxys, para mantener territorios de poder libres de nuestra comprensión y, por tanto, de nuestra injerencia: sólo los iniciados conocen el secreto del proxy, sólo a los iniciados les es dado satisfacer sus más íntimos deseos, conocer sus preferencias, descubrir porqué a unas páginas web se puede entrar y a otras no.

Y lo más importante, el proxy es algo así como Aznar, origen de todas las culpas y motivo de todos los errores. A ellos dos son achacables nuestros males. Dado la situación de cambio político en la que nos encontramos y la gran capacidad del nuevo gobierno por darle la vuelta a aquello que parecía eterno y completamente inalcanzable para la política (por ejemplo, el machismo)... ¿no podría usted prohibir los proxys, señor Petazeta?

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