05 abril, 2004

Una conversación al azar

Ayer estaba comiendo con mi familia en la agradable terraza de un restaurante cercano a la capital de España, disfrutando de estos primeros días primaverales tras el invernal mes de marzo que hemos sufrido todos (menos los aficionados al esquí, supongo).

Como ni somos geniales ni demasiado originales a muchos de nuestros conciudadanos se les había ocurrido la misma idea (la ciudad trata de ponerse en marcha lo antes posible tras los traumas sufridos) y la terraza estaba bastante llena, ofreciendo el habitual y entretenidísimo cuadro de costumbres: señoras con perrito embutidas en ropa tres tallas pequeña, grupos de tres generaciones de familias numerosas, parejas jóvenes y menos jóvenes y esa plaga de la sociedad moderna que son los matrimonios que se despreocupan de sus pequeños vándalos y que nos hacen añorar a benefactores de la humanidad como Herodes.

Ayer, sin embargo, tuvimos el placer de disfrutar de un fenómeno que cada día es más habitual, pero que representa todavía una cierta novedad: la conversación entre un niño (de unos once o doce años) y el maduro novio de su madre.

El caso es que el caballero estaba haciendo un ímprobo esfuerzo por ganarse la confianza del chaval, ofreciendo su versión más “enrollada” no exenta de cierto patetismo: el buen hombre entraba en la conversación como un elefante en una cacharrería y al chico se le notaba el esfuerzo un poco más de la cuenta. De todas formas, asistía yo al insustancial intercambio de pareceres pensado lo notorio que era que tan joven el niño ya fuese capaz de mantener una conversación, por intranscendente y poco fluida que ésta fuera, dado lo poco amigos de las palabras que son estos “chicos de la pley” que estamos criando. A lo mejor la enseñanza no está tan mal como dicen...

En éstas íbamos terminando los platos, cotilleando un poco más de lo que debería reconocer cuando la conversación, que se me había despistado un poco, dio un giro radical y sorprendente y se centró en un personaje de actualidad: Mel Gibson. Parece ser que al chaval le gustaba el actor australiano, o al menos lo conocía, oportunidad que el esforzado aspirante a padrastro no dejó escapar:

- Pues yo tengo varias películas suyas en DVD y te las puedo dejar.
- ¿Sí? – el chaval demuestra interés por primera vez en toda la comida y el hombre se crece.
- Sí, tengo varias, tengo una que se titula “El patriota” – el interés se hace más vivo y aquí llega el momento de genialidad:
- ¿Y sobre qué va? ¿Sobre Dios?

A partir de aquí el hombre se quedó un poco desarmado, comprensiblemente, y me temo que el chico no alcanzó a comprender el significado de la palabra “patriota”, sólo que era algo relacionado con los Estados Unidos. Seguro que pensó que el chaval era un zoquete, pero se equivocaba: el chico es simplemente fruto de su tiempo, de un tiempo en el que en los colegios sólo se enseña lo que debería enseñarse en casa y en casa no se enseña nada.

Pero que no se preocupen, seguramente logrará tener un título universitario, para eso ni es necesario saber ni será preciso estudiar.

No hay comentarios: