16 junio, 2004

Grandes mitos de la historia del cine: Antonio Ozores o la caspa sublime

Vale que el blogger liberal es un animal político, pero sinceramente, hasta yo me estoy cansando de tanta política como hay últimamente en mi vida y en estas páginas. Algunos lectores me lo han comentado, espero que entiendan que con este gobierno y estos esbirros y satélites es muy difícil resistirse a dar cera. Sin embargo hoy vamos a dejar descansar al garrote e iniciaremos una serie sobre los grandes mitos del arte más importante del siglo XX: el cine.

Pensarán ustedes que dedicar el primer capítulo de esta serie al señor Ozores es un poco raro y que quizá hay quien lo merezca más. Es posible, pero ésta es mi bitácora, y las decisiones la tomo yo por el procedimiento de lo que me salga de los mismísimos, así que quiero dedicar un sentido homenaje a este artista que ha sido injustamente perseguido y descalificado por la horda progre que nos invade.

La primera imagen que recuerdo nítidamente de Antonio Ozores es la de sus apariciones en el “undostres” de Mayra Gómez-Kemp, cuando frente a la risa de la presentadora (tan natural ella) soltaba su impresionante jerigonza incompresible culminada por el ya clásico “¡Por fin, ya somos europeos!” al que luego seguiría el no menos inefable “¡No hija no!”.

Aquella muestra de humor en la mejor tradición del marxismo grouchista quedo grabada indeleblemente en mi incipiente sensibilidad artística, así que cuando ya algo más mayorcito llegó Telecinco a nuestras vidas rescatando del injusto olvido todo el cine de la transición y el destape estaba preparado para disfrutar de joyas humorísticas como “El ligero mágico” (para mí la mejor), “Brujas mágicas” o “¿Qué gozada de divorcio”, por poner sólo tres ejemplos.

Habrá quien me diga que mucho meterme con la telebasura pero que luego me gustan estas cosas. Sí, lo admito, pero es que entre estas joyas y las mierdas que tenemos que soportar hoy en día hay una gran diferencia: hasta en la caspa hay grados, y esta gente era consciente de lo que se traía entre manos y hacía una caspa absolutamente sublime, mientras que los casposos de hoy en día van de enteradillos y, por lo tanto, se quedan en simples acumuladores de basura, sin gracia y sin guasa.

Más allá de su indudable calidad cómica (y esto lo digo en serio, me parece un señor muy gracioso) las interpretaciones de Ozores y sus películas son el reflejo de una sociedad española que estaba cambiando a marchas forzadas, y el espejo distorsionado del Callejón del Gato que era el cine del destape nos muestra, con caspa, sal gorda y mucha risa, lo que de verdad éramos, incluso a nuestro pesar.

Y, sinceramente, yo me sigo partiendo de la risa, que es de lo que se trata... y quien no esté de acuerdo que vea al señor Ozores practicando la “postura del caballo desbocado” en “El erótico enmascarado” y que luego me diga que no se ha reido ni un poquito: no lo creeré.

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