27 noviembre, 2004

Cuando la política es chantaje, rencor y venganza

Uno, que aunque no se lo crean ustedes tiende a pensar bien de las personas y las cosas, todavía tiene una idea de la política que quizá esté un tanto desfasada: pienso que se hace política para mejorar las condiciones de vida de las sociedades, para defenderlas cuando es preciso, para que todos tengamos, en suma, las máximas posibilidades para buscar nuestra felicidad.

Puedo creer también, de hecho creo, en la erótica del poder, en lo excitante de tomar decisiones, de mandar, la satisfacción del líder que otea el horizonte desde lo alto mientras sus mesnadas le vitorean extendidas ante él como el ejército de Uruk-Hai se extendía ante la torre de Sáruman.

Hasta es comprensible para mí la rapiña latrocida de determinados políticos, su uso del sillón para el robo a gran escala, pues de humanos es pecar y, que se sepa, humanos son (lo que no quita que deben pagar por sus pecados, que una cosa es ser comprensivo y otra muy distinta ser gilipollas).

Lo que se me hace más difícil de entender es que ya en el S XXI la política sea la herramienta que un ciudadano o un reducido grupo de ciudadanos usen para dar rienda suelta a sus fobias y esquizofrénicas, calmar sus propios miedos y superar sus muchos complejos de inferioridad por la vía de humillar e intentar amedrentar a aquellos de los que, en el fondo, sienten una terrible envidia.

Por otra parte, me llama poderosamente la atención que aquellos que preconizaban el talante, la política honrada y el “gobierno que no miente” acepten y paguen chantajes impresentables en los que se vincula el apoyo a una ley a la humillación pública de determinado grupo de ciudadanos.

Hay partidos políticos, por llamarlos de alguna manera, que como petroleros viejos van cubriendo poco a poco todo lo que les rodea de un chapapote sucio y maloliente, y tras su paso uno ya no puede distinguir las cosas, que dejan de ser deporte, lingüística o hidrología para convertirse en entremezcladas masas confusas y repugnantes. Si permaneces mucho tiempo junto a ellos creyendo que los usas descubres un día que estás manchado hasta los codos.

Y hay manchas que ni el mejor detergente del PFFR puede limpiar.

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