09 noviembre, 2004

¿Dónde enterrar a Arafat? Una propuesta

Parece ser que el fallecimiento de Yaser Arafat está cada momento más cercano, los médicos que lo atienden han anunciado que ha entrado en un coma aun más profundo e incluso se comenta que podría ser desconectado de las máquinas que lo mantienen con vida tras la visita de Abu Ala y Abu Mazen esta misma tarde.

Por supuesto, esta muerte va a abrir un periodo convulso dentro de la Autoridad Nacional Palestina, en la que será necesario encontrar un nuevo líder, un nuevo reparto de poder y, en general, una nueva fórmula de funcionamiento.

Sin embargo, quiero ocuparme hoy de otro problema que, aunque a largo plazo es sin duda menos importante, puede ser fuente de serios problemas e incluso la causa para que mueran muchas personas tal y como está la situación. Me estoy refiriendo a la elección del lugar para enterrar a Yaser Arafat.

El líder palestino manifestó su deseo de ser enterrado en la explanada de las mezquitas de Jerusalem, pero veo difícil que el gobierno israelí lo autorice, en primer lugar por razones políticas y, además, porque el entierro podría ser un acto extremadamente conflictivo y hay serias posibilidades de que acabase como el rosario de la aurora.

Es perentorio, por tanto, encontrar un espacio a la altura de los merecimientos de Arafat, consonante con su trayectoria de respetable líder democrático y que, por supuesto, no sea fuente potencial de conflictos y muertes. Pues estimados lectores, resulta que yo he encontrado ese lugar: EL VALLE DE LOS CAIDOS. Ya sé que a priori les pareceré sorprendente, pero piénsenlo fríamente y se darán cuenta de las innumerables ventajas de mi propuesta, así como de su más que evidente pertinencia:

En primer lugar, qué mejor lugar de descanso para Arafat que junto a un personaje con su mismo amor por la democracia y por sus semejantes como Francisco Franco, que además fue siempre íntimo amigo de los países árabes (¡hasta tenía una Guardia Mora!) y, si me apuran, compartiendo esos pequeños pecadillos de antisemitismo.

Por otro lado, díganme si eso no sería un paso firme en la línea de la alianza de civilizaciones que promueven los más destacados estadistas del orbe. Una iglesia cristiana construida por un dictador occidental que albergue en su seno el féretro de un destacado líder musulmán. Es obvio que para esto sería necesario transformar parte de la basílica en mezquita y a algunos de los monjes que allí moran en, por ejemplo, danzantes derviches, pero no me dirán que no sería un hermoso ejemplo de multiculturalidad (¡cómo no se les habrá ocurrido esto a los del Fórrum!).

En tercer lugar, y en una clave más local, esta podría servir para que, por fin, el Valle de los Caídos se transforme en ese monumento de reconciliación nacional que nunca fue, pues junto a la olvidada tumba del Caudillo que ya casi no recibe visitas tendríamos la de uno de los santones de la progresía. ¿Se imaginan la bella escena de las artistas por la paz con su pañuelito palestino dejando flores en la tumba de Arafat mientras Inestrillas y los suyos lo hacen en la de Franco? Podríamos crear un lugar común de peregrinación para las dos Españas que sería, sin duda, el punto de apoyo para resolver nuestras históricas diferencias.

Sólo queda que nuestro ministro Desatinos lance esta propuesta (que dadas sus excelentes relaciones con el mundo árabe sería sin duda aceptada) y que, para rematar el círculo virtuoso del simbolismo, se mantenga a Arafat con vida hasta el 20 N.

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