22 noviembre, 2004

Una de teatro: La cena

Mi agitadísima vida cultural vivió ayer un nuevo capítulo con una actividad que practico pocas veces, si bien es cierto que a 27 € de Alá la entrada de la primera fila del entresuelo tiene uno que pensárselo un mínimo de 28 veces antes de pasar por taquilla o, como era el caso, debe tratarse de una ocasión especial.

La obra elegida fue “La cena”, del autor francés Jean Claude Brisville, a quien hasta ayer mismo no tenía el gusto de conocer. Seguro que se están ustedes preguntando cómo es que un presuntuoso snob como yo, que va por la vida de selecto gourmet cultural, elige una obra a cuyo autor desconoce por completo… la explicación estaba en el reparto, que reúne a dos actores, mi tocayo Carmelo Gómez y Josep María Flotats, que me hacían pensar en buenas interpretaciones, algo que necesitaba después de que hace cosa de un año un insufrible doble de Rexach me reventase “El tío Vania”.

La obra es una curiosa recreación histórica que narra como pudo haber sido la cena en la que dos de los políticos más influyentes y poderosos de la Francia napoleónica, Talleyrand y Fouché, decidían el futuro de su país tras la derrota de Waterloo. Se trata de dos personajes curiosos y muy interesantes: en la más alta política desde los inicios de la revolución, ministros con Napoleón, corruptos, crueles, extremadamente inteligentes… dos supervivientes que, para que se hagan ustedes una idea, serían capaces de ir a la Isla de los FamoSOS y acabar vendiéndola en parcelitas.

Ambos son muy bien interpretados por Gómez en el caso de Fouché y, sobre todo, por un sublime Flotats que da vida al hipercínico y refinado Talleyrand. La actuación de Flotats es un prodigio de sutileza: palabras y gestos muy medidos y ni un exceso para transmitir toda la complejidad de un personaje cuya altura intelectual debía ser, cuanto menos, tan grande como su bajeza moral.

La obra le lleva a uno a preguntarse cuántas veces habrá estado el destino de una nación como Francia o España en manos de personajes con tan escasa ética (aunque estos al menos son brillantes, algo que no siempre se puede decir…). Por otra parte, en un plano más cercano me surgieron preguntas más intrigantes si cabe pero me temo que irresolubles como, por ejemplo, qué es eso de la crisis del teatro cuando son capaces de llenar a 27 € la butaca, por qué siempre se me sienta una gorda inmensa al lado y ocupa su sitio y parte del mío o qué coño busca en su bolso esa señora que se pasa la mitad de la función haciendo ruiditos y metiendo la mano en él como si removiese las bolitas de un sorteo de la UEFA.

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