23 enero, 2005

Esperanza y asco

Ayer estuve en la Puerta del Sol con muchos miles de personas, tantos que no cabíamos en la plaza y había muchos más por la calle Alcalá. La inmensa mayoría de nosotros estaba en silencio, escuchando testimonios absolutamente escalofriantes de personas que tienen que vivir cada día con la pérdida y el dolor de haber dejado en el camino padres, hijos, hermanos, brazos, piernas…

Testimonios como el de Pilar Elías, que tiene que ver todos los días a uno de los hombres que asesinó a su marido porque éste trabaja en un negocio que ha abierto en el mismo edificio en el que ella vive. Desvergonzado hijo de puta, ¿verdad? Pues pásmense porque además el hombre al que asesinó vilmente le había salvado la vida muchos años antes, cuando todavía era un niño. Y lo único que recibe Pilar como agradecimiento o disculpa son miradas desafiantes.

La inmensa mayoría de los que allí estábamos escuchábamos en silencio, sobrecogidos, con lágrimas en los ojos. Mientras, unos pocos hacían el cafre, unos pocos, una inmensa minoría, tenían pancartas pidiendo cadena perpetua y repetían consignas previamente ensayadas, sin encontrar prácticamente ningún eco en el resto.

Sin embargo, cuando busco hoy la noticia en diferentes medios no encuentro que hablen de Pilar Elías, ni de Álvaro Cabrerizo que perdió a su mujer y su hija en el Hipercor y que nos emocionó a todos con sus improvisados gritos, propios de de un hombre que no sabe hablar en público pero que nos estaba mostrando lo más hondo y sincero de su corazón.

Tampoco hablan los medios de los muchos que allí estuvimos, baste como ejemplo que en los más de 70 enlaces que proporciona Google News SÓLO UNO da en sus primeras líneas una cifra aproximada de participación y es, para más INRI, un periódico argentino que dice que había unas 10.000 personas, un número que después de haber estado allí me parece demasiado bajo.

No, no hablan de cifras de participantes, ni de Pilar, ni de Álvaro, ni de Salvador Ulayar, a cuyo padre asesinó ETA en su presencia y que nos contó como en los “años de plomo” mientras muchos miraban a otro lado o escupían un indecente “algo habrá hecho” sólo unos pocos políticos valientes como Gregorio Ordóñez o Fernando Buesa se pusieron de su lado.

Eso sí, se habla mucho de Bono y del intento de agresión. Se habla considerablemente más de los cuatro mamarrachos impresentables que trataron de darle dos tortas a un ministro porque así se creen muy machos que de los miles que caminamos con las víctimas y les escuchamos en silencio. Y también se habla infinitamente más de esto, por ejemplo, que de lo que se habló de los cafres que gritaban Aznar asesino y tiraban piedras y cócteles molotov a las sedes del PP. Porque creo recordar que entonces lo que encabezaba las noticias eran los miles o millones de manifestantes.

Ahora eso es secundario, lo importante es que al pobre Bono unos cuantos mierdas le dijeron de todo y le quisieron pegar. Es triste, sí, pero al menos el Ministro no tendrá que soportar como soportaron los del PP que se justifique a los cafres hijos de mala madre que le atacaron, porque yo todavía recuerdo las declaraciones de tantos y tantos socialistas sobre los ataques a las sedes que empezaban por “Son totalmente injustificables” y rápidamente se deslizaban por la perversa (en este caso) conjunción adversativa: “peeeeerooooo…”

Ayer, al ver a una civilizada multitud arropando a las víctimas del terrorismo que tanto lo merecen sentí esperanza. Hoy, al ver la manipulación que se está haciendo de esto siento asco.

Supongo que este país no está para darnos dos días seguidos de alegrías.

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