14 enero, 2005

¿Tres horas de firmeza y contundencia? ¡Venga ya!

Presidente y Lehendakari se reunieron ayer en La Moncloa durante prácticamente toda una tarde en la que, aparentemente, no llegaron a ningún tipo de acuerdo y, de hecho, no se movieron ni un centímetro desde sus posiciones previas.

Para este viaje no hacía falta tres horas y media de alforjas.

La oportunidad de esta entrevista fue muy cuestionada desde que se hizo público que se iba a celebrar y creo que finalmente se ha demostrado que, efectivamente, no tenía demasiado sentido, al menos desde el punto de vista de un gobierno que, se supone, quiere preservar la unidad de España.

Y es que si analizamos los frutos positivos que ha obtenido Zapatero de esta reunión veremos que tiene las manos vacías: ni ha transmitido la presunta firmeza y determinación que decía querer transmitir, ni ha logrado que Ibarretxe reflexione un poquito, ni tan siquiera ha conseguido que la ciudadanía tenga argumentos para sentirse más tranquila (otra cosa es que quien no quiera ver la magnitud del problema seguirá sin verla, ya se sabe cuál es el peor ciego). Así, a estas alturas del envite no tenemos claro qué ocurrirá si Ibarretxe convoca el dichoso referéndum, ni que podría pasar si finalmente éste se celebra (y, por supuesto, con resultado favorable para el PNV, de eso ya se encargarán), ni si va a haber un acercamiento al único partido que claramente defiende la Constitución, el PP.

En lugar de certezas sólo tenemos las palabras huecas de Fernández de la Vogue: “Tenemos muy claro lo que hay que hacer”. Si, ¿pero qué es? ¿Le importaría decírnoslo a los que no lo tenemos tan claro? Y es que los pocos razonamientos del Gobierno se caen por su propio peso: “Toda reforma debe caber dentro de la Constitución”. Si pero, ¿de qué Constitución? Porque justo ahora, bendito momento, ustedes mismos están hablando de cambiarla…

Por el otro lado, Ibarretxe ha logrado prácticamente todos los objetivos que se podía plantear, porque puede que esté loco, pero tonto no es: sabía que se iba a llevar un NO como una casa, sin embargo ha logrado vender su mierda nazionalista en la mismísima Moncloa, sede y personificación del Poder Central; ha dejado la pelota en el lado del gobierno, que queda como “la parte que se niega a negociar”; ha sido recibido con banderita y protocolo, como si se tratase de un líder de otro país (y no de un tipo que viene con un plan tan ilegal como inmoral); y, sobre todo, ha demostrado que se enfrenta a un enemigo débil, acorralado y sin iniciativa y que, al menos por ahora, es él quien tiene la txapela por el rabo.

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