14 febrero, 2005

Ser duro no es suficiente

Ayer disfruté (y sufrí) de uno de los mejores banquetes de cine que me he dado en los últimos años: la espléndida “Million dollar baby” de Clint Eastwood. Así que, aunque otros han escrito ya muy bien sobre ella, no puedo resistirme a comentarles algunas impresiones que me ha provocado esta fantástica película.

“Million Dollar Baby” cuenta la historia de dos personas: Frankie Dunn, un casi anciano entrenador de boxeo y propietario de un decadente gimnasio interpretado por el propio Eastwood; y Maggie Fitzgerald, una aspirante a estrella de boxeo demasiado mayor para llegar pero con una voluntad férrea que nace de pobreza y la desesperación. El reparto lo completa Scrap (Morgan Freeman) un antiguo boxeador que ayuda a Frankie en el gimnasio y con quien mantiene una curiosa relación, algo más allá de una amistad al uso.

Lo primero que hay que señalar es que los tres hacen una interpretación maravillosa, tan brillante como comedida, sin un solo punto de histrionismo y con una increíble capacidad para transmitir emociones con envidiable economía de gestos: una mirada o una pequeña sonrisa son más que suficientes para que entendamos los sentimientos de los personajes, sus contradicciones, su profundidad.

Quiero destacar muy especialmente a Clint Eastwood, no porque destaque sobre los otros dos sino porque este hombre es una de mis debilidades como cinéfilo y creo que estamos ante una de las interpretaciones más brillantes de su larga carrera. Todos tenemos en el fondo de la retina imagen de Clint como el implacable Harry o el pistolero de tantos westerns, un hombre duro en suma, pero como su propio personaje afirma en esta película “ser duro no es suficiente” (“tough ain't enough”), así que Eastwood nos está regalando en su espléndida madurez una serie de personajes con los que transmite de forma magistral las debilidades que se esconden tras el hombre duro, sus contradicciones y flaquezas, su búsqueda del amor (“Los puentes de Madison”) o de la redención (“Million dollar baby”, “Sin perdón”). Una nominación al Oscar avala, como en el caso de sus compañeros de reparto, su espléndida interpretación.

Por otro lado, me ha maravillado la fantástica factura técnica y narrativa de la película, todo está contado tal y como debe ser, ni sobra ni falta nada y no hay ni una concesión al sentimentalismo fácil, a la lágrima gratuita (y cuidado porque aun a pesar de eso las lágrimas abundan), o a los finales “made in Hollywood”: la película es contundente como los golpes de su protagonista, desde el primer hasta el último asalto.

Hay artistas que son muy brillantes en el artificio, cuya capacidad creativa y técnica nos desbordan y hace que ver sus películas sea una gratificante experiencia (el Tarantino de “Pulp Fiction”; el Amenábar de “Los otros”). Hay otros, los menos, que unen a esa brillantez formal un profundo conocimiento del ser humano, sus grandezas, debilidades y miserias, y que además tienen a bien compartirlo con nosotros, a fondo, sin máscaras, a cara descubierta.

De esta apuesta por la verdad nacen las obras de arte que soportan el paso del tiempo, los clásicos del cine. De ella ha nacido, sin duda, esa maravilla que es Million Dollar Baby.

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