16 marzo, 2005

Salvar la patria = llevárselo crudo

El Congreso estadounidense, al que tenemos jodido acusar de conspiración judeo –comunista o similar, revela en un informe hecho público hoy que el dictador Pinochet tenía una red de cuentas bancarias con unas 125 cuentas secretas en varios países como España, Suiza o Argentina y también en lugares peculiares como Gibraltar. Aunque por ahora se desconoce cuanto dinero reunía todo el entramado, sí se sabe que se utilizo para mover para aquí y para allá millones de dólares.

La noticia me ha llamado poderosamente la atención, pues me parece abrumadoramente lectiva: allí donde se levante un salvapatrias encontraremos un jugoso rastro de capitales que corren a salvarse, sí, pero fuera de la patria.

La democracia es un régimen político en el que surge la corrupción más de lo que sería deseable, especialmente en aquellos casos (como el español) en el que las instituciones no tienen la suficiente madurez como para montar los mecanismos necesarios de corrección y más todavía si ni los políticos ni sus votantes están suficientemente concienciados al respecto.

Sin embargo en las dictaduras, sean del signo que sean, no surge la corrupción del mismo modo, es el propio sistema el que es corrupto desde su propia médula y hasta las más altas esferas, como podemos comprobar con la noticia sobre Pinochet, porque por muy alto que sea el suelto de un general-jefe de estado no son necesarias 125 cuentas bancarias para manejarlo.

Ahora es Pinochet, pero algún día sabremos de las cuentas de los Castro como ya supimos de las de Mobutu; blancos, negros o rojos, pero todos son iguales por dentro: podridos.

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