28 junio, 2005

De amargas victorias y dulces derrotas

En la noche electoral de las generales del 96 un muy ufano Felipe González calificó los resultados electorales como “la más dulce de las derrotas”. Hay que reconocer que en ese momento los votantes del Partido Popular teníamos un sabor de victoria tan amargo que no podíamos sentirlo sino como una derrota: con todo lo que había caído y la evidente descomposición de los gobiernos de González ganar de penalti y en el descuento nos pareció tan poca cosa, algo tan pírrico que recuerdo aquella noche como la de un inmenso cabreo.

Pero luego nos fuimos dando cuenta (y el propio Pte. Glez. más pronto que nadie) que la derrota podía ser dulce como el arrope, pero no dejaba de significar que se perdía el envite, que había que salir del ministerio, que la llave de paso del dinero público la iba a controlar otro y que, en resumidas cuentas, se acababan los grandes chollos.

Ahora la historia se repite en cierta forma, pero al revés, y es el PSOE el que se está especializando en ganar por la mínima o, mejor dicho, en perder pero al final acabar ocupando las poltronas a base de pactos: estuvieron a punto de hacerlo en Madrid, lo hicieron en Cataluña, querían hacerlo en las vascongadas (con resultados patéticos) y probablemente lo harán en Galicia. Al PSOE no le importa pactar con éste, aquel, el de más allá o el mismísimo Satanás con tal de ocupar despachos y hasta lo han hecho en una cosa tan seria como el Gobierno de la nación, al que se han aupado apoyándose en los votos de comunistas y separatistas y porque no había nada peor a mano.

Así nos encontramos con paradojas democráticas como que un partido sea el más votado con un 45 % de los votos y con notabilísima diferencia de más de doce puntos respecto al segundo, es decir, un resultado notable, pero que al final se quede fuera del gobierno: eso sí que es una amarga victoria.

Yo tengo la esperanza, si bien cada día más lejana, de que esta política de pactos-con-quien-sea acabará pasando factura a los socialistas, de que antes o después los votantes se darán cuenta de que la mera toma del poder no puede justificar determinadas alianzas, algunas políticas, ciertas actitudes. Eso sí, mientras la maquinaria propagandística siga funcionando como hasta ahora cualquier Batalla de Kadesh empatada o incluso perdida por doce puntos se puede convertir en una gran victoria, y es que ya hace mucho que está todo inventado.

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