Hoy he tenido una bonita experiencia en una oficina pública de atención al ciudadano, no voy a decir dependiente de qué administración porque ni viene al caso ni aporta más información de relevancia: en todas las que he estado la experiencia ha sido similar, se tratara de un tema del estado, autonómico o local.
He llegado a la oficina en cuestión a eso de las 11 de la mañana, momento clave en el discurrir profesional de los allí presentes y que podríamos denominar como “la hora de desayunar”. De las tres mesas para informar al público que había allí sólo una estaba ocupada por el correspondiente funcionario. He cogido mi número en el turn-o-matic cual si de la charcutería se tratase y me he dispuesto a esperar pacientemente (para algo me tenía que servir el curso CCC de budismo práctico).
Mientras esperaba con la siempre placentera compañía del señor Kapuscinski un intenso tráfico humano me impedía concentrarme a fondo en la lectura: funcionarias y funcionarios volvían del desayuno mañanero con la evidente expresión en la cara del que se acaba de tomar un cafetito y cruasán sentado relajadamente en un bar. Las bolsas repletas de un conocido supermercado certificaban que se había aprovechado bien el tiempo…
Cuando por fin ha llegado mi turno tras un cuarto de hora de espera (ya sé que puedo considerarme afortunado por que sólo hayan sido quince minutos) le explicado mi problema al amable funcionario que me atendía. Para poder aclarar mi consulta el hombre ha intentado contactar a través del teléfono con alguien de un departamento situado en la parte de arriba de la oficina, lejos del molesto populach… digo del público.
Marca un primer número y no hay respuesta; otro y tampoco; otro más, ni flores; vuelve a empezar por el primero y recorre de nuevo la lista con el mismo éxito. En ese momento se gira hacia mí y, con una cara mezcla de cierta preocupación y algo de vergüenza me dice:
- Parece que no hay nadie en el departamento.
- ¿No hay nadie hoy o no hay nadie ahora? – pregunto yo no sin cierta mala intención.
- No, no, estar están pero no ahora.
El buen hombre, haciendo gala de lo que en ese momento parece un rasgo de gran profesionalidad continúa con sus esforzadas llamadas hasta que logra localizar a alguien y, por fin, poner el tema en marcha. Entonces me explica el porqué de sus denodados esfuerzos:
- Es que tengo que salir a desayunar ya, que mi compañero me está haciendo la sustitución.
Hay que aclarar que el “inhumano” horario de la oficina es de 9 a 14 horas, lo que explica tanto la imperiosa necesidad de hacer algunas compras, que luego por la tarde casi no tienen tiempo. Además, con esos madrugones es imposible desayunar antes de llegar al trabajo y… ¿qué sería de los bares si los funcionarios no fuesen a tomarse su cafetito mañanero?
Bueno, finalmente otro molesto ciudadano se ha interpuesto entre el funcionario y el camino de la cafetería, así que cuando la respuesta a mi pregunta ha llegado a través del teléfono ha podido ser él mismo el que me comunicase, con otras palabras claro, que la solución a mi problema “está a punto de estar a punto”.
Con esa maravilla de servicios públicos, ¿quién necesita que nada se privatice?
08 junio, 2005
En defensa de “lo público”
Posted by Unknown at 6:59 p. m. Menéame
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