04 julio, 2005

¿Qué fue de la luz y los taquígrafos?

Ahora que ya podemos dar por demostrado que el gobierno está hablando con los terroristas (recordemos que según el Tribunal Supremo Batasuna es ETA) cabe preguntarse qué fue de la luz y de los taquígrafos, que en otros tiempos se consideraban elementos imprescindibles de una democracia.

La cosa no se limita a temas como reunirse con terroristas, que al fin y al cabo es algo semidelictivo y naturalmente vergonzante, sino que cada día más partes de la política son apartadas de la luz de los focos y ocultadas a la opinión pública: el propio Ibarretxe reclama “discreción” en el proceso para solucionar “el conflicto” que él y los suyos no paran de promover por el otro lado; cada vez que se negocia un acuerdo político o se fragua una alianza parlamentaria como el que tienen el PSOE y sus socios de gobierno nos quedamos sin saber ni papa; y así con todo…

Uno piensa que la política, también llamada “la cosa pública” o el “servicio público” tiene efectivamente una cualidad intrínseca y necesariamente publicitada, ya que los negocios que se hacen de tapadillo suelen ser los de legalidad dudosa y de moralidad compleja, por así decirlo. Al menos así debería ser si lo que queremos es tener una democracia más o menos imperfecta pero medianamente decente, si lo que queremos no es que gobierne el pueblo sino la nueva casta noble que nos domina, la aristocracia de los políticos, vamos por el buen camino: el de la oscuridad y el secretismo.

Vistas las cosas les propongo un nuevo eslogan para definir la cosa patria: todo para el pueblo, pero sin que el pueblo se entere. Y sí, ya sé que en la primera parte de la frase soy un poco optimista.

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