03 julio, 2005

Orgullo, pero menos

A pesar de que se anunciaba como mayor demostración de los últimos tiempos, la marcha del orgullo gay de ayer en Madrid sólo reunió a unas 100.000 personas, una cifra notable pero sensiblemente inferior a la de otras ocasiones y una vigésima parte de lo que los animosos organizadores habían previsto. Está claro que cada uno puede manifestarse cuando quiera y por lo que quiera, pero creo que es posible extraer algunas reflexiones del resultado de una convocatoria que, dadas las circunstancias, podría haber sido mucho más multitudinaria.

Para mí lo primero que cabe preguntarse es si las manifestaciones del orgullo gay son necesarias, por así decirlo, y si a estas alturas de siglo XXI contribuyen a mejorar o empeorar la situación del colectivo de homosexuales dentro de la sociedad. La respuesta desde mi punto de vista es que no hacen demasiada falta y ayudan más bien poco, en primer lugar porque una vez que la inmensa mayoría de los españoles aceptamos la homosexualidad como algo normal y corriente, una vez que la gente puede definirse sexualmente, o no, en completa libertad en casi el cien por cien de los ambientes encuentro fuera de lugar lo que antes podría ser conveniente y necesario: presumir de que uno tiene determinada orientación, ya sea gay, lésbica, hetero o plantófila. Dicho de otro modo, puesto que a prácticamente nadie le interesa qué haces con tu vida privada salir del armario dando alaridos es un exhibicionismo innecesario.

En segundo lugar, creo que ésta celebración del orgullo transmite una imagen de conjunto que ni es representativa del colectivo que dice representar ni es la que creo que le interesa transmitir a los homosexuales, que no son todos unas “locas” (entiendan esta palabra sin el menor tono peyorativo, por favor), ni gente a la que les gusta pasearse en tanga por las calles, sino que en su inmensa mayoría son personas normales, como usted y como yo, que simplemente viven algunas cosas en su vida de una forma diferente, pero que al final trabajan, van a cenar y compran el pan como todo hijo de vecino. Es posible que esa mayoría de personas que a lo que aspiran es a poder vivir su vida con normalidad no se sientan a gusto con ese tono histriónico y decidan, por tanto, no formar parte de él.

Por último, me pregunto si no se estará dando una politización tal del colectivo gay y de sus problemas y reivindicaciones que haga que muchos de ellos estén ya hartos de Zerolo y compañía y piensen que para decidir el sentido del voto que te gusten los hombres o las mujeres no es lo más importante; quizá estos homosexuales prefieran no sentirse manejados por ese pequeño lobby que quiere ejercer una representación global sin haber sido nunca elegido para ello y que, y esto es mucho peor, también parece querer definir cómo debe ser el “buen homosexual”, cómo debe comportarse y, sobre todo, a quien debe votar.

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