18 agosto, 2005

Crónicas veraniegas: los estudios “científicos”

El verano es época de holganza, becarios, mucho calor y escasa noticia, así que es el momento propicio para que llegue a las páginas de nuestros periódicos un tipo de información que hace las delicias del aburrido periodista que ya no sabe que publicar para llenar hueco o para actualizar un poco la web: el estudio “científico” de la Universidad de Güisconsin, por poner un ejemplo, que tras años de análisis, pruebas de campo y experimentos en ratones de laboratorio nos descubren… lo que todos ya sabíamos.

Pongamos un ejemplo extraído hoy mismo de las páginas de la versión digital de El Mundo: una gente muy inteligente y con sus títulos y tal (supongo yo) han tenido que entrevistar a un centenar de parejas para darse cuenta de que si uno de los miembros está jodidísimo de la espalda (tengo entendido que la lumbalgia es un dolor francamente inhumano) su compañero/a lo pasa fatal, oiga. No sólo eso, han logrado certificar que cuanto más jodido está el enfermo peor lo pasa su media naranja.

Brillante, inconmensurable, homérico, en suma, "científico".

Nos encontramos en estos casos ante dos paradojas: primero la necesidad del estudio en sí, que puede referirse a este apasionante tema o a otros del estilo de evaluar las posibilidades del Polo Norte para la cría de perros pekineses o a como afecta la programación televisiva al mejillón de roca.

Y en segundo lugar al hecho de que la solución al entuerto se la sabe hasta el tato mucho antes de empezar, es decir, no hay que ser el Einstein de la sociología para saber que si alguien vive amargado por un dolor los que están a su alrededor lo pasan mal, como tampoco hay que ser biólogo (como Ana Obregón) para estar bastante seguro de que si le abres la cabeza a un mono de un hachazo tiene complicado el tema de sobrevivir, por poner otro ejemplo.

Yo me barrunto que la mayoría de estos compendios del saber están subvencionados bien por dinero público bien por la fortuna de un incauto de esos que tienen tanta pasta que no atinan a contarla, porque no es posible que alguien se gaste su propio dinero en tamañas tonterías.

Mientras tanto y por si a alguien le sobra la guita, estoy preparando un estudio definitivo sobre las costumbres de la rata de alcantarilla con el que, tras analizar sus costumbres en el metro de Nueva York durante tres años, creo que podré demostrar que a tan curioso e interesante animal le gusta la basura.

¿Me das un Euro, paaaayo?

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