22 septiembre, 2005

Cuando el estado es el problema: un par de ejemplos

La negativa del Ministerio de Trabajo a subvencionar con 300.000 Euros un par de programas del Asociación de Víctimas del Terrorismo es un buen ejemplo de la falta de ética y de espíritu democrático de este gobierno socialista, que ha llegado al poder presumiendo de talante y nos ha demostrado lo sabio de aquel refrán que decía “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Pero no sólo es una buena forma de comprobar una vez más la estulticia de nuestro gobierno, de hecho eso es casi lo de menos pues lo que me parece realmente interesante es lo reveladora que resulta toda esta historia acerca de lo patético y perverso que es el funcionamiento del estado, al menos tal y como lo conocemos hoy en día.

Me explico: si analizamos lo que está ocurriendo desde un principio vemos que el estado recauda un porcentaje de nuestros impuestos para dedicarlo a determinados “fines sociales”. Obviamente, esto hace que los impuestos deban ser más elevados para que de toda la enorme bolsa se pueda “desviar” parte a tan encomiables fines, es decir, que los ciudadanos de a pie tenemos que soportar una presión impositiva extra y, por tanto, disponer de menos dinero.

Tras hacernos un poco más pobres a todos el gobierno distribuye ese monto recaudado (que son casi 100 millones de Euros, ojo) según los criterios que a él se le ocurren, que como podemos ver en este caso son, cuanto menos, objetables. Por si fuera poco, para todo esto se genera una hermosa maquinaria burocrática que se alimenta a base de impuestos y que, por tanto, nos vuelve a hacer menos ricos.

La pregunta lógica es qué podría pasar si se eliminasen tanto ese porcentaje extra de impuestos como la maquinaria burocrática necesaria para gestionarla y los ciudadanos nos encontrásemos con un dinerito fresco en el bolsillo, ¿no podría ocurrir que al vernos con mayor liquidez dedicásemos parte de ella a los mismos fines sociales que se supone cumple el estado?

Por otra parte, al estar las decisiones de reparto en las manos de millones ciudadanos individuales en lugar de en la mesa de un único ministro, resulta también bastante probable que el reparto abarcase todo tipo de distintas asociaciones, fundaciones y organismos de carácter social, desde la Iglesia Católica hasta la Asociación de Amazonas Nicaragüenses o el Grupo de Defensa del Pingüino Venezolano, por decir algo. No sólo eso sino que, de la suma de las decisiones de millones de personas, probablemente tendríamos una distribución mucho más acorde con los valores y las prioridades del conjunto de la sociedad y, sin duda, no se marginaría a grupos con los que hay un fuerte compromiso social como la AVT.

¿Quieren otro ejemplo? Hoy se ha abierto en Madrid una oficina dependiente, creo, de la Comunidad Autónoma cuyo fin es ayudar a los jóvenes que desean crear una empresa, dado que los trámites para ello son sumamente complejos y farragosos. Dicho de otro modo: la administración nos complica la vida llenándola de normativas y reglamentos y luego genera instituciones burocráticas para “ayudarnos”.

Al final es lógico que surja una pregunta: ¿no valdría la pena que nos ayudasen menos y en lugar de eso dejasen de hacernos la vida imposible y de quitarnos el dinero que nosotros sabemos gestionar mejor?

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