10 septiembre, 2005

Hacer mal el trabajo

Supongamos que uno de ustedes, queridos lectores, trabaja en una empresa privada que tiene 19 delegaciones diferentes. Con una cierta periodicidad se reúnen los jefes de cada una de esas delegaciones con el responsable de la central, donde usted trabaja. En esas reuniones se tratan temas de gran importancia para el conjunto de la compañía, ya que el tiempo de los 20 responsables es sumamente valioso como para hablar de tonterías.

Dentro de esta magna reunión nuestro imaginario trabajador debe, como representante de los cuarteles generales de la compañía, presentar un proyecto para solucionar uno de los problemas medulares de la empresa, pongamos que encontrar financiación para una de las líneas de gasto más importantes.

Sigamos conjeturando que, a un día de la susodicha importantísima reunión, nuestro trabajador no ha enviado su propuesta por escrito, es decir, aquellos que tienen que decidir sobre ella no la pueden ver hasta el mismo día de la reunión y sin tiempo, como es lógico, para analizarla, porque un asunto en el que se juegan presupuestos de millones de Euros no se puede decidir en una mañana de charleta.

Y si llegado el día de la reunión nuestro hipotético trabajador no tuviese preparado un excelso “pouerpoin” con la propuesta a todo color y en bonito, con un montón de gráficos y todo en tono muy corporativo se le iba a caer el pelo y, además, lo iba a hacer en la cola del INEM.

Pues ahora piensen en toda esta historia pero en lugar de una empresa hablando de un país y en vez de un simple trabajador de todo un Presidente del Gobierno, de un Ministro de Economía y de sus respectivos equipos, que alrededor de uno de los temas más importantes de la actualidad política no han sido capaces de presentarse con una propuesta por escrito para un tema en el que debe decidirse el destino de miles de millones de Euros.

¿Eso no es ser unos chapuceros ineficaces e impresentables? Pues va a ser que sí.

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