13 octubre, 2005

Homenaje a Federico Gasperoni

Pocos de ustedes sabrán, así a bote pronto, quién es el protagonista de este artículo, Federico Gasperoni, que a pesar de su nombre no es un destacado liberal, ni político, ni escritor ni tan siquiera un deportista de élite, Gasperoni no es otro que el portero de la selección de San Marino, que ayer se tuvo que meter seis veces en la portería para recoger el balón tras los correspondientes goles que le metió España.

San Marino es una pequeña república situada en el corazón de Italia, tiene apenas 30.000 habitantes y sería prácticamente desconocida de no ser por los grandes premios de motociclismo y Fórmula 1 que allí se celebran y, por supuesto, por su humildísima selección de fútbol a la que goleamos cada cierto tiempo en las rondas clasificatorias del mundiales y eurocopas, algo así como la entrañable Malta pero todavía más pobretón.

Por ejemplo, en la actual ronda de clasificación para el Mundial de Alemania San Marino ha recibido nada más y nada menos que 40 goles, a cuatro por partido, y sólo ha sido capaz de marcar dos heroicos tantos. Por supuesto, ha perdido todos los partidos como supongo que los habrá perdido casi siempre en su larga historia en las competiciones internacionales.

Imagino que los futbolistas sanmarinenenses no son profesionales de la cosa del balón (caso contrario iban a pasar más hambre que un espía sordo) pero me llama poderosamente la atención su capacidad para jugar, y perder, un partido tras otro defendiendo su país, que encima es como tan poco país. Esa capacidad de enfrentarse a la derrota segura partido tras partido me resulta cuanto menos admirable, sobre todo en el caso de su portero que es humillado un número casi infinito de veces y, por así decirlo, mucho más expuesta a la vergüenza de cada gol, pues los jugadores de campo se reparten entre diez la culpa que el portero tiene prácticamente para él solito.

Así, ese Federico Gasperoni que sale al campo partido tras partido con la certeza de que le van a colar unos cuantos me parece la metáfora del verdadero deportista olímpico, el que compite por el puro placer del juego y la propia competición y no en busca de la gloria y la fama. Y encima todas las noches tendrá que llamar a su madre y contarle: “Mamá, hoy me han metido seis” (o tres, o cinco pero normalmente varios) y soportar que la buena mujer, que será una mamma italiana con todas las de la ley, le diga que menuda gilipollez eso de perder el tiempo con el fútbol para que te ganen todas las veces.

Un héroe.

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