20 febrero, 2004

Dos casos de gangrena

Una mujer italiana se negó hace unas semanas a que le amputasen un pie gangrenado, aun cuando era consciente de que eso la condenaba a una muerte segura. La familia, que respaldó su decisión e incluso presentó un certificado psicológico que declaraba que la mujer era “capaz de entender y de decidir”, ha anunciado que la enferma falleció hace unos días.

Desde luego, es un comportamiento que se me hace difícil entender, pero para mi sorpresa en España estamos asistiendo a un caso similar. Un importante profesional leonés pero que desarrolla su trabajo en Madrid se ha encontrado con una situación parecida y ha reaccionado del mismo modo que la mujer italiana.

El profesional en cuestión – para respetar su intimidad no revelaremos su nombre sino que le apodaremos Zetapé, por ejemplo– sufrió hace un par de semanas una grave infección de carácter gangrenoso en una de sus extremidades. El origen de la infección, al parecer, fue el contacto con ciertos elementos putrefactos en grado sumo.

Rápidamente, hubo una fuerte división en el cuerpo mediático, quiero decir, médico. Unos, los terapeutas habituales del enfermo (de dudoso prestigio si se me permite la opinión personal), reconocieron la gravedad de la situación, pero reaccionaron alborozados cuando el paciente se tomó una aspirina, y aseguraron que el remedio era suficiente. Otros recordaron que la gangrena solo se cura a base de serrucho.

Como en Italia, el paciente desoyó a estos últimos y evitó una amputación traumática pero salvadora. Como en Italia, hoy está muerto.

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