16 febrero, 2004

Tristísimo Tristante

Ayer se jugó otro más de los “partidos de la temporada”. Real Madrid y Valencia, hasta ahora los dos mejores equipos del campeonato, luchaban por el liderato del torneo liguero y por una victoria que podía servirles de trampolín para afrontar lo que queda de liga en una situación envidiable.

Esta mañana, el comentario no era, desgraciadamente, el juego que uno u otro equipo desplegaron, las maravillas de Ronaldo, Beckham o Aimar, sino la nefasta actuación del árbitro, Tristante Oliva. El colegiado había estado horrible durante todo el partido y en el último minuto remató su actuación señalando, según le indicaba un presunto juez de línea de cuyo nombre no quiero acordarme, un penalti inexistente en el área del Valencia.

En el césped superprofesionales con sueldos muchimillonarios, en el estadio miles de personas que han pagado una entrada bastante cara, tras la televisión millones de aficionados ilusionados con sus equipos... y con el silbato otro aficionado.

En las empresas es habitual que los mejores trabajadores se encarguen de los proyectos más complicados. En el mundo del arbitraje los sorteos llevan a que pseudoprofesionales sin la experiencia ni la madurez necesaria se encarguen de retos que les superan, como por ejemplo uno de los partidos más importantes de la liga.

Por supuesto, un profesional no es despedido cuando comete un error en su empresa (en ocasiones sí, si el fallo es mayúsculo) pero los errores reiterados afectan a su carrera y pueden llevarle a la cola del INEM. ¿Quién despide a un árbitro que demuestra ser un manta? Pues parece ser que nadie, porque el otro día el famoso juez de línea “rafanomejodas” volvió a liarla. De acuerdo que todo el mundo tiene derecho a equivocarse, pero, ¿tiene todo el mundo derecho a trabajar en algo que hace rematadamente mal?

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