27 marzo, 2004

¿Citius, altius, fortius?

Que el pelotón ciclista era una farmacia ambulante ya lo sabíamos. Amén de los escándalos de los últimos años, observar la alta competición con un pelín de perspicacia es suficiente para darse cuenta que a base de pasta y mueslis hay cosas que no se pueden hacer.

Hemos visto a corredores que desfallecían sobre la línea de meta, tenían que ser retirados en ambulancia y al día siguiente atacaban y ganaban la carrera. Hemos visto a corredores que destacaban durante una gran vuelta saliendo de la mediocridad del pelotón para volver a ella para siempre jamás, misteriosamente.

Cualquier aficionado con un poco de conocimiento nos lo puede asegurar y la cruda realidad es que no parece haber duda y no es patrimonio de unos pocos. Ahora, el Diario As está tirando de la manta gracias a las confesiones Jesús Manzano, ciclista profesional los últimos años en el Kelme, que está contando por capítulos una historia con más pinchazos que la vida de un erizo.

Ya lo hemos comentado alguna vez, pero las exigencias del deporte de alta competición se nos están yendo de las manos. El ciclismo es, quizá, el caso donde más “canta” por el brutal esfuerzo que supone, pero no creo que sea el único caso. Además de eso, tenemos otros deportes en los que se utiliza a niñas y se las impide un crecimiento normal, como la gimnasia rítmica; y toda una colección de disciplinas en las que se tortura a los niños y jóvenes para llegar a ser estrellas.

La presión de directivos, entrenadores, patrocinadores y del público, siempre pidiendo más espectáculo, cueste lo que cueste, nos llevan a que el deportista esté dispuesto a todo, incluso a arriesgar la vida.

Al final, y tras dos mil años hemos llegado de nuevo al circo romano, más refinado, sí, pero no mucho menos cruel: seres humanos luchando entre sí y en algunos casos hasta la muerte.

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