21 marzo, 2004

El problema del Papa

La iglesia Católica se enfrenta en estos días a un problema en el que se mezclan la imagen y el dogma, y que me parece que es totalmente nuevo en los dos mil años que tiene esta poderosa institución.

Me estoy refiriendo, obviamente, al deterioro físico del Juan Pablo II y al hecho de que sea el primer Sumo Pontífice de la historia que envejece frente las cámaras y los reporteros de todo el mundo. Sin ir más lejos, en la misa dominical retransmitida hoy por la TV desde Roma sus palabras casi no llegaban al micrófono, por mucho que en los periódicos nos digan que su voz era “clara y fuerte”; y sus manos casi no podían asir un papel debido al continuo temblor.

Por ahora, la Iglesia está jugando hábilmente sus cartas y el esfuerzo físico que Juan Pablo II hace en cada acto público al que asiste se está exhibiendo como una especie de “tour de force” que demuestra la convicción y la fe del Papa. De hecho, hasta los no creyentes lo percibimos así y admiramos su impulso y su innegable madera de líder, capitán de tan compleja nave hasta el último instante.

Sin embargo, ¿qué ocurrirá si el deterioro llega hasta el punto que nos haga dudar de que sus capacidades mentales siguen estado intactas o si se ve obligado a guardar cama permanentemente? El propio Juan Pablo II ha dicho en varias ocasiones que la palabra abdicar no está en su diccionario, y no podría ser de otra forma dado que estamos hablando de una institución que se considera a sí misma fruto de la elección divina y dotada, además, de infalibilidad.

Como en tantas otras instituciones, me parece que esta época de “globalización informativa” puede forzar a una de las más antiguas a realizar cambios importantes, pero ¿cómo reformar un aspecto básico de una religión, que recordemos que es un cuerpo de fe dogmático y básicamente fruto de la revelación, sin resultar incongruente o incluso herético?

Dice la frase popular que “doctores tiene la Iglesia”, los va a necesitar.

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