29 julio, 2004

El mito del terrorista pobre y bueno

Las sociedades occidentales tienen, por razones que merecerían un comentario aparte, una especie de mala conciencia que les hace admitir como propios los errores de otros, asumir las culpas ajenas y comprender, explicar e incluso apoyar a los que no buscan sino su destrucción.

Uno de los ejemplos más evidentes de esta actitud es el mito del terrorista bueno que se ha instalado en occidente y que, con la fulgurante y estelar aparición en escena del terrorismo islámico, ha alcanzado sus más altas cotas al mismo tiempo que la inteligencia alcanzaba las más bajas.

Resumiendo de forma básica y escueta el mito consiste en que los terroristas, en el fondo, son unos tíos de puta madre que se ven abocados a degollar, poner bombas y hacer el zascandil de diversas formas porque viven sumidos en la pobreza y, por supuesto, el culpable de esa miseria no es otro que el capitalismo feroz y el neoliberalismo de unos dirigentes políticos y unas multinacionales que bla bla bla. Como diría un amigo mío, aunque se porte mal el terrorista es en realidad “un tío muy humano”.

Si estudiamos un poco el tema podremos ver como es todo una falacia de la dimensiones de la Torre Eiffel o, ajustándonos más al caso, de las de la Mezquita de La Meca. Analizando la historia del terrorismo en nuestro país, por ejemplo, vemos como su nacimiento y desarrollo se ha relacionado bien poco con las áreas más deprimidas de España y muy mucho con determinadas ideas políticas nacidas, casualmente, en dos de las regiones más ricas y desarrolladas.

Si ampliamos el estudio a los países de nuestro alrededor y a los grupos que han operado en Europa durante el S XX vemos como en los casos más sonoros y reconocidos los miembros distan mucho de ser unos muertos de hambre harapientos. Las Brigadas Rojas italianas fueron creadas por estudiantes del norte del país, la parte más rica de Italia, mientras que las famosas Baader-Meinhoff alemanas eran un grupo también de estudiantes (con la periodista Meinhoff de por medio) que no sólo no eran harapientos sino que, con la excusa de la revolución, parece ser que llevaban un nivel de vida de alto ejecutivo: lujosos apartamentos, coches deportivos…

En cuanto al terrorismo islámico está claro que su principal líder tiene tanto dinero que la palabra rico no alcanza a definirlo, además, está financiado con dinero de Arabia Saudita, uno de los países árabes más pudientes gracias a petróleo, o de los musulmanes que viven en occidente y disfrutan de muchos de los privilegios de una sociedad capitalista desarrollada. Sus seguidores tienen condiciones muy diversas, pero no suelen ser la parte más baja de la sociedad y, como hemos visto en los atentados de las Torres Gemelas o en los de Madrid, son personas que podríamos considerar de clase media-alta dentro de países que, en conjunto, son efectivamente más pobres que el nuestro.

Por último, no podemos olvidar que los terroristas islámicos no aborrecen el capitalismo y los países capitalistas como un problema económico sino como una herejía espiritual: su problema no es que les sumamos en la pobreza (lo que tampoco sería cierto) sino que entienden nuestra forma de vida y nuestra propia existencia infiel como un escupitajo en la cara del Profeta.

En el fondo de toda esta cuestión está la cantidad de personas de a pie e intelectuales de a coz que por algún tipo de trauma infantil no pueden soportar las libertades y, especialmente, la libertad económica, que es una de las bases de todas las demás. Así que están dispuestos a creer y defender cualquier cosa que les haga pensar que tienen razón.

Y cuando no la tienen, que es casi siempre, se la inventan.

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