05 julio, 2004

El ocaso de la canción del verano

Está claro que desde la retirada del genial Georgie Dann la canción del verano era un género en franca retirada, aunque el sorprendente King África nos hiciese revivir el goce de una de ellas en estado químicamente puro y los anuncios de la ONCE hayan supuesto una especie de homenaje póstumo. Pero por mucho que nos empeñemos la triste noticia es una realidad palpable: la canción del verano ha muerto y éste mes de julio lo que más suena es el Abijiiii abijaaaaa abijajajaaaa de los tres chicos esos de Rumanía (que por cierto debieron dejar el estudio perdidito de aceite, dicho sea con todo cariño y respeto).

Alguien me podrá decir que puesto que esa es la que se oye a todas horas esa es la canción del verano, ¡NOOOO!, la canción del verano para ser considerada tal debe cumplir con determinadas reglas inamovibles, tan antiguas y ciertas como los mandamientos de Moisés y que son, a saber:

- Ritmo machacón y bailable, con cierto regusto latino pero cargadito de chunca chunda para que hasta el más torpe de la verbena pueda seguirlo.

- Letra simple, bastante ridícula y con patéticas referencias erótico festivas, lo suficientemente picante para que el cantante de la Orquesta Infinita pueda hacer un par de marranadas con la corista pero lo bastante light como para que las abuelillas se rían en lugar de escandalizarse. La letra debe incluir obligatoriamente términos como “arriba, arriba”, “calentito”, “mi ritmo”, “suaaaaave”, “muévelo, muévelo” o “góssssalo”.

- Un bailecito desarrollado para la ocasión, que incluya una variada gama de tocamientos y que, por supuesto, esté destinado a ser bailado en parejas formadas por rivales de distinto género. La letra deberá tener referencias puntuales a determinados pasos del baile para que la masa verbenera (adormecida por el alcohol y esclerotizada porque desde el verano pasado no han bailado ni un chotis) pueda seguirlo sin dificultad.

- Un cantante o grupo lo más estrambótico que se pueda encontrar, con unas vestimentas imposibles y, preferentemente, que no los conozcan ni en su casa a la hora de comer. El cantante se acompañará de forma permanente u ocasional de dos o más jóvenes de sexo femenino que hayan sido generosamente atribuidas por la madre naturaleza y con las que practicará sobre el escenario las partes más notables del bailecito que comentábamos en el punto anterior. En los últimos tiempos se percibía la tendencia a construir un disfraz lo suficientemente complejo para que el rapsoda pase desapercibido por la calle una vez se lo quite, por ejemplo: seguro que el ya citado King África es un respetable padre de familia de más de 40 años. Es lo que podríamos denominar la disyuntiva entre no avergonzarte ante los vecinos del barrio o torrarte de caló en los bolos veraniegos.

- Otras canciones por un estilo que acompañen a la principal de cara a la confección de un CD que se pueda vender al precio de mercado.

- Su aparición en las recopilaciones veraniegas que se precien así como en el disco navideño con “lo mejor de todo el año”.

- Un par de intervenciones estelares en programas televisivos matutinos y/o vespertinos, para que las marujas puedan relacionar la melodía y el bailecito con Mari Tere o Ana Rosa y bailar convencidas de que siguen siendo la vanguardia madurita del “Cosmo”.

Por supuesto hay otras normas que por razones de espacio y tiempo no podemos dar aquí, pero con este resumen de las fundamentales ya pueden ustedes lanzarse a la exploración de ese arcaico y entrañable mundo de la canción del verano que ha marcado durante muchos muchos años nuestro despertar al mundo del ligue y de la aproximación al sexo opuesto en busca de apareamiento. Y precisamente esa puede ser la razón de la decadencia de tan hermoso género: los adolescentes ya no necesitan excusas para aparearse.

Nos hacemos muy modernos sí, pero ¿no estamos pagando un precio demasiado alto en forma de pérdida de un patrimonio cultural de incalculable valor?

¡¡Subvenciones y excepción cultural ya!! ¡¡ Salvemos la canción del verano!!

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