Disfruto durante todo el fin de semana de la retransmisión que hacen en Golf + (gracias, oh maese Polanco por los bienes televisivos que nos das) del maravilloso Open Británico de Golf. En un día soleado hay pocas cosas más bellas (al menos en la tele, todavía no he tenido la suerte de verlo “de cuerpo presente”) que un links en la costa de Escocia como Royal Troon, en el que se está jugando este campeonato.
Me admira y me maravilla la mezcla de renovación y tradición que supone un torneo como el British Open, que se viene celebrando ininterrumpidamente desde 1860 (excepto durante las Guerras Mundiales) y año tras año atrae a nuevos jugadores y a un público de todas las edades. Hoy, por ejemplo, veo a Ian Poulter, un jugador muy joven del Circuito Europeo que suele ir hecho “un pintas” (y por favor no entiendan esto en tono despectivo) ataviado con unos bombachos y una gorra como los que se usaban a principios de siglo: sin duda un homenaje a la historia del deporte que ama.
El Open me parece una muy buena muestra de la capacidad británica de construir el futuro sobre las partes más interesantes de su pasado, lo que les ha servido para tener una evolución como sociedad ciertamente destacada y que les ha llevado a ser los primeros en tantas y tantas cosas.
¿No sienten un poco de envidia? Yo, desde luego, mucha.
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