23 julio, 2004

Los muertos

Poco antes de morir John Huston realizó “Dublineses”, una de sus más bellas películas que como su título original sugiere (The dead) era una lúcida reflexión sobre la muerte y, sobre todo, sobre la influencia que tienen los muertos en los vivos, sobre el peso que un padre, un marido o incluso un primer amor pueden ejercer sobre nosotros años después de dejarnos.

La película, escalofriante cuando uno piensa que estaba hecha por un hombre a las puertas de abandonar este mundo, estaba basada en un relato dentro del libro “Dublineses”, de James Joyce, de donde algún estúpido traductor extrajo el título en castellano.

Esta introducción cultureta y pedante viene a cuento porque hoy ha sido un día marcado por los difuntos y las próximas semanas estarán asimismo marcadas por los personajes que de una forma más o menos desgraciada han fallecido recientemente. Me llama la atención la forma de la prensa de reaccionar ante la muerte de determinadas personas como Carmina Ordóñez: los mismos que la han crucificado a conciencia en vida la elevarán ahora a los altares.

Hay un respeto ritual para los muertos tan intenso e incomprensible como el desprecio que merecen los vivos. Aunque hay quienes todavía en vida compran o son regalados con una inmunidad que les protege más allá del tránsito al otro mundo. Por ejemplo, el bailarín Antonio Gades, cuya vida acabó el pasado martes, ha perdido después de muerto (como El Cid, pero al revés) su última batalla con la dignidad y la decencia, y por expreso deseo será enterrado en el Pabellón de Héroes de la Revolución Cubana. Gran artista quizá, despreciable persona sin duda, pero seguro que en las noticias al respecto habrá muy pocas notas críticas, y para muestra un botón.

En unos casos por demasiado, como la pobre Carmina que será heroína del papel cuché en lugar de tener una muerte más discreta que su azarosa vida como sus familiares seguro que desearían; y en otros por demasiado poco, como el bailaor muchirico y burgués que tiene carta blanca, aun después de muerto, para mearse en los millones de asesinados por el comunismo.

Está claro que cómo los personajes de Joyce no sabemos qué hacer con nuestros muertos.

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