21 julio, 2004

Malditas contraseñas

La vida moderna se mueve alrededor de las contraseñas, conjuntos de cifras y letras que marcan nuestro continuo devenir y exprimen gigas y gigas de nuestro disco duro cerebral, y esto es importante porque como me dijo un día un buen amigo el saber SÍ ocupa lugar.

Puede que les parezca una tontería, pero piensen ustedes en la cantidad de contraseñas que manejan cada día: la de su ordenador, la de su correo profesional, la de la Intranet de su empresa, la de su correo personal, la de esa cuenta de Hotmail (¿pero todavía no ha conseguido una dirección en Gmail???) que utiliza para las chorradas, la de su Messenger, la de su tarjeta de crédito, la de su sistema de banca por Internet, el PIN del móvil, la de esos periódicos on line a los que está suscrito, la de actualizar el blog, la de la alarma de su casa… ¡¡¡Diossssss!!!

Y ojo, no se trata sólo de memorizar todo eso sino que hay enormes cantidades de bytes dedicados a recordar dónde era cada una de ellas, no sea cosa que intentemos entrar al correo con el número de la alarma de casa… y para culminar lo refinado de la tortura no olvidemos tampoco los nombres de usuario que hacen falta en tantos y tantos lugares y el hecho de que cada oveja tiene que ir con su pareja… ¡¡¡Socorro!!!

Para colmo no tienen ninguna gracia: en tiempos Mortadelo y Filemón utilizaban maravillosas contraseñas para entrar en la TIA como “Los calvos con melena son feos y dan pena” o “El kilo de sardineta ha subido otra peseta”. Hoy nada, caput6529 u horrores por el estilo.

Ante esta avalancha de números y letras que caen sobre nuestra memoria cual avieso okupa hay que tomar una postura (y no me refiero al 69, que también es una cifra) y un modo de sistemático de proceder, so pena que nuestra vida se convierta en un caos de “loguinerrors” y un infierno de avisos sonoros, reclamaciones bancarias y vaya usted a saber qué cosas peores.

Desde el punto de vista de un estudiante de letras de toda la vida con escasas capacidades matemáticas y con menos memoria que Alfonso Guerra hay varios métodos más o menos válidos (aunque cada uno implica sus propios riesgos):

- Utilizar siempre la misma o una muy parecida fruto de una combinación sencilla de la original. Es simple, pero resulta el paraíso en la tierra de hackers, ladrones y demás ralea. Empeora si utilizamos cosas que adivinaría hasta un niño: su fecha de nacimiento, el nombre de su hijo…

- Apuntarse cada contraseña en un post-it cerca de donde vayamos a usarla. Es literalmente infalible pero, como ya se veía en una escena de “Marnie la ladrona”, puede resultar problemática incluso en el caso de que no tengamos una secretaria tan bella y cleptómana como Marnie.

- Encomendarse con fe a San Cucufato y a San Judas Tadeo. Poco eficaz pero menos problemática que las anteriores. Claro, que es necesario disponer de algo de fe…

En definitiva, un quebradero de cabeza más para el hombre (y la mujer) del S XXI, como si no tuviéramos bastante con ese castigo bíblico que es tener que trabajar y con los follones (y los malandrines) de la política.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un peor tipo de contraseñas son esas contraseñas que se le ponen a los archivos ZIP o RAR que se distribuyen en Internet,