23 agosto, 2004

El fascículo contraataca

El final del verano llegó y no sólo ella partirá sino que se nos vienen encima dos de las plagas más temidas por el españolito de a pié y, muy particularmente, por el sufrido televidente. Se trata, sí lo han adivinado, de la vuelta al cole y de la temporada de los fascículos, martillos ambos que desde los tubos catódicos y los altavoces radiofónicos se disponen a ponernos la cabeza como el tambor de Almanzor en las próximas semanas.

Como no tengo hijos la vuelta al cole me toca un poco más de lado y de hecho ni me rozaría siquiera si no fuera por la manía que les ha dado a los publicistas de poner a niños cantando en los anuncios. Resulta que a un servidor ese sonido de los cantores en la preadolescencia es uno de los que más detestables me parecen en este mundo. Seguro que les parezco radical si les digo que cuando oigo a un niño cantar para mí es como si alguien arrastra un cuchillo por el fondo del plato: me da dentera, pero no se escandalicen tanto que cada uno tiene sus fobias y también para eso estamos en un país libre, así que mientras no rocíe con napalm a los Niños Cantores de Viena (algo que me he sentido tentado de hacer en algunas navidades, lo reconozco) puedo pensar lo que quiera de las asquerosas voces blancas o tener a Herodes entre mis héroes de la historia.

Pero volviendo al título y punto de partida de este artículo, lo peor de estas fechas es el ataque inmisericorde de la desalmada colección de fascículos que nos bombardean a conciencia cual hueste malvados ingenios aéreos y terrestres capitaneados por Lord Vader. Tiempo ha el tema estaba más o menos bajo control pero parece que, cuando ya todos tenemos en casa Las Maravillas del Mundo, la Historia del Arte e incluso la Historia de los Mundiales contada por Forges los capitostes de las editoriales (que mostrarían por el contrario su condición de genios si me ofrecieran un contrato ahora mismo) en lugar de darse por derrotados pretenden que ahora lo sepamos todo sobre los temas más inverosímiles que imaginarse quepa, así que este año me apresto a expandir mi conocimiento sobre la almeja chilena en 239 entregas o los secretos de la costura en las islas Kuriles en 124 tomos.

Y además de esos inmensos silos de sabiduría ahora podemos empezar a coleccionar cosas tan útiles como un conjunto de espantosos relojes de muñeca inspirados en famosas obras de arte, miniaturas de perfumes o mierdas por el estilo, sin olvidar las maquetas que cada semana o mes nos dan una pieza (¿puede haber algo más estúpido que pegar una pieza y esperar una semana para pegar la siguiente?) y que pueden ser desde un bólido de carreras hasta, cuidadín, ¡un taller mecánico de los años 60!

Por otra parte, llama la atención la falta de ligazón con la actualidad de todas estas cosas, por ejemplo, ¿qué podría ser más útil hoy en día que un Corán por entregas con regalos como un alfanje matainfieles y el sorteo de un viaje para dos personas a La Meca? o un kit como “Hágase fundamentalista islámico en 78 entregas”. Ya estoy viendo hasta el eslogan: “Porque con ZP nunca se sabe”.

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