26 agosto, 2004

Religiones y fanatismos

Aunque desde muy pequeño recibí una educación católica he acabado “convirtiéndome” al ateismo. Fue un proceso largo en el que pasé de ser practicante a no serlo, después me consideré agnóstico durante un tiempo para terminar pensando que lo que soy en realidad es “ateo practicante”. Cuento esto para que ustedes puedan leer este artículo y que no haya confusiones sobre el color del cristal con el que un servidor mira.

Pese a mi convencimiento íntimo y personal de que no hay un Dios sobre nosotros, se llame Shiva, Allah o Jehová, respeto mucho a quien decida pensar, creer, que sí lo hay. Les respeto, claro, siempre que reciba de ellos un trato similar al que yo les procuro, lo que es obvio que no ocurre en todos los casos.

La religión bien entendida es una fuente de felicidad para el ser humano, somos tan débiles y estamos tan expuestos a los golpes de la vida que no hay nada tan reconfortante como pensar que hay un plan maestro tras nuestras desgracias, bien que son pruebas para que nos superemos y alcancemos la gloria del Padre, bien que son lo que nos merecemos por nuestra iniquidad en anteriores vidas. Sin embargo, la religión es también causa de algunas de las mayores barbaridades y desgracias que se leen en las noticias: muertes, guerras, totalitarismo… todo ello es su fruto normal cuando se convierten en fanatismos.

Obviamente, no todas las personas religiosas devienen en fanáticos y también es cierto que algunas creencias promueven más la intransigencia que otras. Sin entrar en hacer un trabajo de religiones comparadas que no es propio de una bitácora (y que tampoco soy capaz de hacer, por supuesto) creo que sí resulta interesante analizar qué elementos favorecen el tránsito de una religión normal que hace más o menos felices a sus creyentes y les conforta en los muchos momentos agrios de la vida y un peligroso fanatismo que solo provoca odio, muerte y desolación.

Uno de ellos es, sin lugar a dudas, la confusión entre el espacio privado, que es el propio de la religión, y el público, que corresponde a otras áreas de creencias que no tienen que estar directamente relacionadas con ella aunque, obviamente, sí puedan estar influidas. Cuando la religión es capaz de salir del espacio de la creencia íntima del individuo y se convierte en una creencia pública patrocinada desde el estado abrimos la puerta a las peores barbaridades. La historia o incluso el presente están llenos de ejemplos.

Y por eso una religión que confunde desde el primer momento sus normas éticas con la legalidad vigente es esencialmente fanática.

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