10 agosto, 2004

Seguimos divagando

Las vacaciones terminan y el dolor es infinitamente superior al que Marsellus Wallace prometió a uno de sus violadores. Madrugar, la oficina, el tráfico (bueno, al menos esto está bastante atenuado en agosto), la corbata… Es en estos días cuando uno se pregunta en qué coño estaba pensando Adán cuando le metió el mordisco a la manzana y, como consecuencia de tan nefando acto, fuimos condenados a ganar el pan con el sudor de nuestra frente.

Entrando uno en la adolescencia siempre relacionaba el pecado original con el sexo, no se si por las primeras malas conciencias masturbatorias o porque ya nos dábamos cuenta de la obsesión de la Iglesia Católica por la copulación y el fornicio, todavía palpable aunque cada vez más disimulada. Ahora que ya vamos teniendo algo de callo uno deja de pensar en los porqués y analiza los resultados de las cosas, así que el trágico error de Adán y Eva es a día de hoy el primer eslabón de una ominosa cadena de acontecimientos que me han llevado a tener que levantarme esta mañana y venir a la oficina.

Y la única redención posible (lotería, primitiva, euromillones o quiniela) que sigue sin llegar.

¿Hasta cuándo he de sufrir en silencio?

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