08 septiembre, 2004

Ibarra, por una vez, da en el clavo

El eterno Presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, no es como se pueden ustedes imaginar uno de mis políticos favoritos. Ni me gusta su gestión que creo que es altamente ineficaz, ni la mayor parte de las veces estoy de acuerdo con las cosas que dice, ni siquiera me agrada su forma de expresarse, lo que podríamos denominar su estilo, ese populismo de “nosotros semos er pueblo” que siempre me hace desconfiar de un líder.

Sin embargo, aquí tratamos (con mucho más esfuerzo que resultados, lo se) de ser poco sectarios, así que no se nos caen los anillos cuando tenemos que reconocer que estamos de acuerdo con alguien con quien habitualmente no lo estamos, y ayer Rodríguez Ibarra dio en el clavo de lo que está pasando en España, y golpeó el clavo con una inmisericorde crueldad y un martillo del quince.

Ibarra denuncia la loca carrera que han empezado algunas comunidades por repartir de nuevo el pastel del estado y, sobre todo, por llevarse ellos el trozo más grande en virtud de esas historia que parece ser que sólo unos pocos tienen (que parece que los demás hemos aparecido aquí de forma espontánea y haciendo ¡pop!, un expediente que deberían estudiar los agentes Mulder y Scully). Así: “nadie está obligado a aceptar la España de hoy tal y como es, se pueden plantear debates o reivindicaciones, lo que no aceptamos es que, desde una posición no española se pretenda reducir, dividir o erosionar el territorio español. No estamos dispuestos a discutir con nadie la división o el empequeñecimiento de España". ¡Bravo!

Pero sobre todo y lo que me parece casi más importante, el “bellotari” extremeño (dicho sea esta vez con todo el cariño) le ha dado un mamporro descomunal a su compañero de partido Chaves, que se ha sumado con una alegría insólita a la tarea de demolición de Pascual I creyéndose que le van a admitir sin más en lo que podríamos denominar “el club de los históricos”, pero como bien avisa Ibarra: “cuando los organizadores de la fiesta llaman a su juerga al cuadro flamenco, no es para que beba sino para cantar, tocar las palmas y hacer gracias al respetable”.

Se puede decir más alto, pero difícilmente más claro y, sobre todo, con más mala leche. Pero lo jodido del tema es la razón que tiene.

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