16 enero, 2005

Condecorando a la edad media

Está claro que la política exterior no siempre puede ser una cuestión de principios, es decir, hay que tragar en ocasiones algunos sapos y no pocas culebras porque al fin y al cabo no te queda otro remedio que convivir, pongamos por caso, con monarcas absolutos que tienen a su país sumido en una pobre, triste y esclavizada Edad Media en la que cosas tan normales y necesarias para nosotros como la igualdad entre hombre y mujer, la libertad de expresión o la posibilidad de ganarse más o menos dignamente la vida son un lujo inconcebible para algo así como el 90 % de la población.

Sin embargo, puesto que nuestra capacidad de influencia y nuestro poderío militar no nos dan para imponer los cambios que serían deseables en este tipo de regímenes no nos queda más remedio que lidiar con ellos e ir cubriendo las formas.

Lo que me parece que es improcedente e indigno es que además de tragarnos los sapos y las culebras luego digamos que estaban deliciosos o, como dice un buen amigo, que además de sodomizarnos nos den besitos en la oreja. Pero el gobierno de España tiene un concepto curioso de términos como dignidad, democracia o derechos humanos, así que “le molan” personajes del estilo de Mohamed VI, el monarca bajo cuya babucha el pueblo de Marruecos sufre hasta tal punto que muchos de ellos se lo juegan todo para llegar a España a trabajar de cualquier cosa, con la certeza de que ser ilegal aquí y recoger fruta de sol a sol por cuatro perras es mejor que vivir en la arcadia de felicidad mahometana que el comendador de los creyentes les ofrece.

Si, a nuestro gobierno le gustan los mohameds, castros y chávez, ejemplos de ética, de respeto por los derechos humanos, espejos en los que nuestra joven democracia debe mirarse. Tanto es así que el sátrapa marroquí y toda su corte de mafiosos metidos en política han merecido el Collar de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, supongo que como soborn… digo como premio a su denodado esfuerzo en pro de los derechos humanos y del bienestar de sus súbditos (nótese la ausencia del término ciudadanos). Y por si esto no fuera poco, nuestro propio rey realizará una visita de estado a tan entrañable lugar, dando prestigio al tirano y tratándolo como si fuese una persona respetable.

¡Que vergüenza!

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