18 enero, 2005

La sodomía como arma de destrucción masiva

He tenido que comprobar varias veces que no estamos a 28 de diciembre porque no podía creerme que la noticiera era cierta, pero una vez descartado el efecto bromazo estoy en condiciones de asegurar que nos encontramos ante la noticia más jashonda y resalá de los últimos años, y es que el ejercito de los Estados Unidos estudió fabricar un arma química para que los soldados enemigos encontraran sexualmente irresistibles a sus compañeros de armas.

Alucina, vecina.

Por lo visto se ha desclasificado un documento que refleja que a partir del año 94 se costeó un programa cuyo fin era desarrollar un armamento químico que provocase que los soldados enemigos se entregasen desaforadamente a la porculización del compañero de filas, suponiendo que eso causaría la desmoralización de la tropa.

Sí, yo estoy tan sorprendido como ustedes y, además, me llama profundamente la atención la falta de conocimientos históricos de los responsables del experimento, que no se saben la historia del Batallón Sagrado de Tebas, una unidad militar de la Antigua Grecia cuyos miembros (dicho sea sin retintín) eran parejas de hombres enamorados que luchaban de dos en dos y en el campo de batalla se convertían en ferocísimos defensores del ser amado y compañero de armas y camas.

Por otra parte, quizá la tropa se desmoralizase, pero también cabe la posibilidad de que se lo pasasen bomba y resultasen un ejercito de lo más divertido y animoso (a la par que modoso, como diría Crispín Klander) al que, por ende, sería peligrosísimo sorprender por la retaguardia. No menos peligrosa sería la huida de nuestras propias tropas (jalonado el camino de pastillas de jabón, quizá) que debería realizarse con la acogedora y recia protección de una pared (y no en todos los campos de batalla hay paredes a mano). E infinitamente más complicada sería la labor de nuestros espías que al encontrarse, por ejemplo, con unos planos secretos en lugar de agacharse a cogerlos tendrían que poner el sombrero encima e ir dándole patadas hasta la frontera. Por último, ¿a nadie se le ha ocurrido pensar en el tremendo costo de adaptar todos los cascos para que en lugar de en la cabeza se colocasen en el…?

Pero no se vayan todavía que aún hay más. No contentos con esto tenían entre manos otra idea no menos genial: bombardear al enemigo con sustancias químicas que atrajeran sexualmente a diversos animales. Me recuerda esto a un divertido vídeo que corría por Internet hace tiempo y en el que se podía ver a un burro (de los de cuatro patas y grandes orejas, ojo) que con una erección de escándalo perseguía a un ciudadano que por ignotas razones se enfrentaba a tamaña amenaza con los pantalones en los tobillos, de forma que entre su incomodidad al correr y la concupiscente insistencia del jumento la situación pintaba francamente mal y, aunque en el vídeo no se veía el final, todo parecía indicar que el pollino acababa tomando la ciudadela de la integridad del sorprendido ciudadano.

Hemos de decir que éste si sería un método mortífero y devastador (o más bien ensartador) pero dudo de que cupiese dentro de las normas de la Convención de Ginebra (aunque con estas cosas pasa como con casi todo: a fuerza de apretar al final entra). Además, cabe preguntarse como distinguirían los animales entre los buenos y los malos, que no se yo si es mejor enfrentarse a un ejercito convencional o a una armada de amorosas y erectas bestiezuelas dispuestas a lo que sea con tal de hollar nuestra doncellez.

La última arma secreta estaba pensada más bien para el periodo de posguerra y pretendía ser un algo (no sé como definirlo mejor) que hiciese que los soldados tuviesen una halitosis de elefante para así poder distinguirlos aunque taimadamente se infiltrasen entre la bienoliente población civil. Sólo puedo decir que hemos de dar gracias a Dios de que el experimento no llegase a buen puerto, en caso contrario a olvidarse del alioli tocaban.

1 comentario:

Sex Shop dijo...

Muy buenooooo!!!!!!!!!!!