07 febrero, 2005

Sobre el esfuerzo, la dificultad y el mérito

Paseaba el otro día por el centro de mi querido Madrid a una hora muy poco dada a las aglomeraciones (serían las 4 de la tarde, más o menos) y comprobé como el fenómeno del “artista” callejero que se limita a disfrazarse de algo estrafalario y a permanecer inmóvil ha copado las aceras de la zona más turística de la capital.

Aquí una especie de Virgen post Star Treck, allí un payaso “micoloriano” dando más miedo que otra cosa, un sujeto totalmente cubierto de barro en esta esquina (¿cómo lo hará para entrar en casa?), otro gris metalizado en aquella… en definitiva, todo un popurrí de gente rara que es observada mientras no hace nada.

El éxito de esta forma de mendicidad callejera (no me jodan, me niego a llamarlo arte) me hace reflexionar sobre una de las confusiones más notables que tiene la actual sociedad española: tendemos a pensar que todo lo que resulta difícil (permanecer horas sin prácticamente moverse lo es, sin duda) tiene mérito, cuando en realidad son cosas muy distintas.

Además de la escatología televisiva y sangrienta nos gustan, si es que valoramos algo, la dificultad y la cantidad, vivimos inmersos en una especie de gran y continuo libro guiness en el que nos dedicamos a acumular cifras cada vez más altas, pero también más estúpidas. Nadie se preocupa de que el resultado tenga algún sentido, cierta belleza o, al menos, determinado significado.

Supongo que la principal razón para esto es que nos hemos convertido en una sociedad tan cómoda e intelectualmente perezosa que cualquier esfuerzo nos causa admiración, ya sea subir al Everest o a un taburete para hacer el tonto en la Plaza Mayor. Desde nuestro mullido sofá mental todo es sorprendente y maravilloso, pero parafraseando a Mr. Increíble Jr., “cuando todo es especial en realidad nada lo es”.

No hay comentarios: