25 febrero, 2005

Todos al socavón

La acusación de corrupción que ayer lanzó Maragall en el Parlament está desatando una tormenta política de gran envergadura y, dado el cariz que está tomando la situación, no resulta descabellado pensar que el último edificio en caer al socavón del Carmelo (no confundir con el autor de esta bitácora, más so cabrón que socavón y aun eso en muy raras ocasiones) puede ser el gobierno tripartito de Maragall, Carod y... ¿cómo se llamaba el otro? jejeje.

Y es que el razonamiento que hacía hoy Piqué es meridiano e impecable: cuando un presidente de un gobierno como lo es Maragall de la Generalidad acusa a sus predecesores en el cargo de corrupción masiva y, acto seguido, se retracta cuando los aludidos le amenazan con no apoyar su gran “proyecto político” estamos ante un escenario con dos posibles salidas: si la denuncia es cierta el acusador debe dimitir por mirar hacia otro lado en virtud de su propia conveniencia, por aceptar un “chantaje político”, como bien ha dicho el responsable del PP catalán.

Si por el contrario la acusación es falsa, no cabe decir por que indescriptibles simas de lodo se está arrastrando quien la profiere, y lo malo es que con él arrastra a la institución que representa y con ella a todos los ciudadanos que le han votado.

Por otra parte, y siguiendo con su “brillante trayectoria” de la últimas horas el “muy honorable” ha anunciado que ha roto sus relaciones con Piqué y el PP catalán para siempre. Supongo que no se trata de una pérdida excesivamente lamentable dado que no se trataba de unas relaciones especialmente fructíferas, pero ahí queda el elegante detalle de ver lo mal que soporta la crítica Maragall después de haber metido la pata hasta bastante más arriba del codo.

Creo que sólo podemos esperar dos cosas buenas de todo esto: que los dos partidos en la oposición en Cataluña se den cuenta de que están en pleno proceso de laminación desde las instituciones (y que están unidos en tan lamentable sino); y que los ciudadanos despierten de una vez de y vean en qué irresponsables manos han dejado “la cosa pública”, más “cosa” que nunca, la verdad.

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