23 marzo, 2005

Las vacas son de Marte y las ovejas de Venus

O al revés, no sabría decirlo porque no he leído el original, pero lo importante es el maravilloso titular que apareció ayer en la edición digital del mundo y que decía, literalmente: “Las vacas disfrutan resolviendo problemas y las ovejas pueden entablar profundas amistades”, datos que al parecer se desprenden de un estudio que ha desarrollado un profesor de Bienestar Animal (curiosa asignatura) de la prestigiosa Universidad de Cambridge.

Que las ovejas pueden entablar profundas relaciones ha sido “vox pópuli” desde tiempos inmemoriales y de ello han dado fe gran parte de los pastores que en el mundo han sido y, más actualmente, Woody Allen reflexionó sobre el tema en un hilarante capítulo de su tan divertida como lectiva comedia “Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo…”.

También tenemos, aunque no sea exactamente lo mismo, la entrañable relación entre los legionarios y su cabra, que es sin duda particularmente feliz a la vista de lo campante y ufana que se ve en los desfiles a la mascota de los tercios españoles. Una felicidad normal si pensamos en que es la única hembra en un universo todavía más masculino que la YMCA.

Lo de las vacas también se intuía, aunque he de admitir que de una forma más sutil: que levante la mano el que no haya resuelto en su niñez multitud de problemas matemáticos relacionados con la producción láctea de uno o varios de estos simpáticos rumiantes. Sin embargo, me llama la atención el estudio que han realizado estos amantes de los animales y las conclusiones que sacan a partir de él: resulta que han encerrado a las vacas en un cuarto o corral cuya puerta estaba protegida por un mecanismo más o menos sencillo (lo suficiente para que las cautivas pudieran descubrir su funcionamiento y salir).

En el exterior, es decir, más allá del mecanismo a desentrañar, se colocaba abundantes y sabrosas viandas propias del gusto vacuno. Al final, las vacas descubrían como funcionaba la puertecita y en ese momento se les aceleraba el pulso y se mostraban felices y locuaces (bueno, he de reconocer que lo de locuaces me lo he inventado, pero es que queda muy bien). De este comportamiento los investigadores deducían que estaban de lo más contentas por haber resuelto el problema, descartando en un alarde de psicología animal más allá de mi comprensión la posibilidad de que fuese porque iban a ponerse como el tío tenazas con la comida que les habían dejado fuera de su lugar de encierro.

Al final y como siempre me pasa con estas noticias surge la pregunta que a todos nos corroe el alma: ¿es que esta peña no tiene nada mejor a lo que dedicar su tiempo de investigaciones? Por cierto, me adelanto antes de que alguien lo haga por mí: no, no tengo nada mejor de lo que escribir ahora y además este artículo le ha salido totalmente gratis al erario público, si tan siquiera ha sido realizado gracias a los fondos de una oenegé.

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