17 abril, 2005

El Doctor Frankeinstero

Todos sabemos la vieja historia del Doctor Frankeinstero, un ambicioso estudiante de medicina que se empeñó en devolver la vida a los muertos en lugar de clonarlos como le recomendaban sus compañeros de facultad (bueno puede que me esté extraviando en algún detalle, pero más o menos así).

En sus delirios pseudo científicos de grandeza Frankeinstero creyó estar por encima del bien y del mal y más allá de las decisiones divinas, pero sólo logró dar vida a un monstruo que, al final, se llevó por delante hasta a su propio creador, por otra parte torturado al haber traído a este mundo a semejante criatura del averno.

Miren ustedes por donde el drama gótico inventado por Mary Shelley se está representando de nuevo y, además, en nuestro país. El doctor Frankeinstero del S XXI se dedica ahora a la política (bueno, a algo parecido) y lleva desde que está en la facultad tratando de dar vida a los muertos… de hace sesenta años.

La jugada empieza a estar terminada y la criaturita le ha salido rana o, más bien, facha, que al fin y al cabo es lo que él pretendía. Sin embargo, esta clase de muertos vivientes es difícil de controlar y cualquier día se dan la vuelta y le hacen pupita a su creador, como ya le ocurrió a su colega Frankeinsterrand, que hizo algo parecido años atrás en otra aldea vecina y con funestísimos resultados.

Por supuesto, ha habido gente que ha avisado a Frankeinstero de que se estaba metiendo en un jardín lleno de cactus, pero a los primeros pinchazos lo que va a hacer él es echarle la culpa a los que han dado el aviso, que es un truco que ya le ha funcionado en otras ocasiones. Para ello contará con la ayuda de unos aldeanos que tiene a sueldo (¿o son ellos los que le tienen a sueldo a él?) y que siempre están muy a punto para los linchamientos, con la soga, la linotipia y el micrófono siempre a mano.

Esperemos que no le salga el truco, porque en el cuento la primera que mata el monstruo es una niña inocente, es lo que tienen estos cuentos: siempre mueren los inocentes. Y es que Frankeinstero todavía no ha aprendido que, como dijo un antecesor suyo, los experimentos en casa y con gaseosa.

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