11 abril, 2005

Un día en el MOMA

Ayer hice algo que no es excesivamente recomendable y que casi les diría que deberían prohibirse excepto si se dan conjuntamente dos circunstancias que no es sencillo que coincidan: que se encuentren ustedes en una ciudad en la que vayan a pasar mucho tiempo y que sean unos fanáticos del arte. Incluso en ese poco común caso si pueden permitirse pagar varias veces las siempre costosas entradas es mejor evitar el pecado que, lo confieso, yo cometí ayer: pasar buena parte del día en un museo.

Además, y supongo que para muchos que lean esto lo que voy a decirles será poco menos que aceptar los agravantes de premeditación, alevosía y cuadrilla, el museo en cuestión ha sido el Museum of Modern Art, más conocido como MOMA.

Las colecciones del MOMA abarcan varios aspectos del arte, de hecho, prácticamente todos exceptuando la música: pintura, escultura, dibujo, diseño, arquitectura… centrándose en un periodo que resulta particularmente variado y en no pocas ocasiones divertido: desde mediados del S XIX hasta prácticamente la actualidad. Además, es éste un momento de la historia del arte que no está demasiad bien cubierto por los museos españoles, al menos no también como otros están en mi queridísimo Prado.

El MOMA ha pasado recientemente por un largísimo periodo de renovación, casi podríamos decir que de reconstrucción) que le ha permitido multiplicar su capacidad y mejorar las instalaciones de las que disfrutan los visitantes. El nuevo edificio, obra del arquitecto japonés Yoshio Taniguchi, tiene la particularidad de parecer más pensado para disfrutarlo desde el interior que desde el exterior; a ello contribuyen dos elementos: para empezar el patio de esculturas que es un espacio extraordinariamente agradable en el que se puede pasear o tomar el sol o leer tranquilamente sentado en una silla rodeado por las obras escultóricas de algunos genios como Rodin, Picasso, Moore o Calder; y en segundo lugar el impresionante vestíbulo alrededor del cual se ha organizado el edificio, con cinco plantas de altura y un excepcional diseño minimalista que me ha parecido realmente acertado.

En cuanto a la colección, he de decir que es probablemente la mejor reunión de obras del periodo que abarca que puede verse en un único lugar. Ya nada más entrar en las salas del S XIX nos topamos con varios de los mejores impresionistas y, sobre todo, con uno de los cuadros más maravillosos que jamás se hayan pintado: la “Noche estrellada” de Vincent Van Gogh. Prácticamente cualquier pintura del loco del pelo rojo me apasiona, pero ésta es todavía más especial: es tremendamente bella en el sentido más habitual del término; es profunda, observándola con un mínimo de atención se da uno cuenta de que no se trata de un simple paisaje, sino que va mucho más allá; y tiene una técnica tan atrevida y al mismo tiempo tan tremendamente acertada… la entrada normal del MOMA cuesta veinte dólares, sólo con la “Noche estrellada” creo que ese dinero ha valido la pena.

Otra de las piezas destacadas de la colección es “Las señoritas de Avignon”, de Pablo Picasso (de hecho el artista malagueño está realmente bien representado en las colecciones del MOMA), probablemente el cuadro a partir del cual la pintura del siglo pasado nace para llegar a ser como la conocemos hoy en día... A partir de ahí se pueden encontrar todos los movimientos y prácticamente todos los artistas con cierta relevancia: Braque, Miró, Gris, Mondrian, Modigliani, Klimt, Rotko, Pollock, Matisse, Warhol, Hopper, De Kooning, Duchamp… me quedó la sensación de que no faltaba absolutamente nada y, además, la mayoría de ellos representados por obras verdaderamente importantes.
Especialmente recomendables son, por citar algunos que en este momento soy capaz de recordar y desde mi muy particular punto de vista: un gigantesco Pollock de los que pintaba vertiendo la pintura sobre el lienzo de forma más o menos azarosa; o un maravilloso Rotko en tonos rojos y amarillos, pero supongo que cada visitante encontrará sus propias preferencias entre tanta variedad.

Más allá de lo estrictamente artístico un par de cosas me han llamado la atención; la primera que el museo estaba literalmente abarrotado, hasta tal punto que muchas de sus salas estaban prácticamente intransitables y resultaba difícil disfrutar de las obras; la segunda está relacionado con la anterior pero menos de lo que podría pensarse: me ha parecido un museo realmente ruidoso, con gente hablando a pleno pulmón en las salas como si estuviesen en una taberna, niños llorando, gente buscándose a gritos… la verdad es que he echado de menos el murmullo de los museos españoles, nunca en silencio pero siempre a un volumen agradable.
Por último un consejo práctico: si alguna vez lo visitan tengan en cuenta que les obligarán a dejar sus bolsas o mochilas en consigna ¡tras haberlas vaciado que cualquier cosa de valor que tuviesen en ellas! Una norma tan sorprendente como incómoda, lleven una bolsa de plástico por si acaso.


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