03 junio, 2005

Ratas

En Nueva York, las ratas tienen tomado el metro, como hay muchas líneas en desuso por debajo de las que actualmente recorren los trenes fumigar resulta una tarea prácticamente imposible: kilómetros de túneles sin tráfico son ocupados por los roedores que, una vez pasado el peligro, vuelven a la superficie a pasearse con descaro por las vías, especialmente durante la noche cuando el trajín de personas y convoyes es menos intenso.

En España, por el contrario, los sistemas de transporte suburbano están notablemente limpios (sobre todo una vez que he conocido el neoyorquino) y ver una rata en los túneles de Madrid, Barcelona o Valencia sería algo inaudito, insólito, algo que no me ha ocurrido en toda mi vida.

¿Dónde están, entoces, las ratas?

Pues aquí los roedores prefieren las elevaciones, así que se colocan en Alto en cuanto pueden pero, desde la altura, ejercen de lo que son: ratas. Y ya se sabe que se trata de un animal no sin cierto ingenio para la supervivencia, capaz de abandonar la nave mucho antes de que se hunda e incluso, en las más modernas versiones actuales, son tan avispadas que ni siquiera se suben a los barcos que según su moral y sus valores de rata no son de su conveniencia o no les van a ayudar a mantenerse a flote.

Por lo demás, la rata española no se diferencia demasiado de sus congéneres en otros países: gusta de juntarse con roedores de similar calaña moral y con ellos se asocia de las más variadas maneras, pero siempre tratando de obtener un beneficio muy personal y un tanto inconfesable: la rata nunca busca otra cosa que su propia medra y a la larga todo lo que hace está enfocado a ella.

Eso sí, a veces un flautista/cuentista es capaz de llevarlas al desastre. Esperemos tener suerte y que en esta ocasión ocurra algo parecido, tal parece ya que el que va delante les está contando una historia de esas que cuesta creer, pese a lo cual las ratas, serviciales hasta la servidumbre, le siguen como lo que son: asquerosas ratas.

No hay comentarios: