08 julio, 2005

Desde el tren, en la Mancha

El paisaje manchego se extiende ante mis ojos a la otra parte de la ventanilla del tren mientras me acerca a esa ciudad en medio de la nada que es Albacete, camino de esa otra ciudad, ésta en medio de sí misma, que es Madrid.

A principios del mes de julio y con la pertinaz sequía azotándonos de forma inmisericorde la Mancha es un inmenso secarral en el que, una vez cosechado el trigo, parece que nada será capaz de crecer de nuevo, excepción hecha de las cuatro malas hierbas que se refugian en la sombra de los pocos árboles que, aquí y allá, tratan sin demasiado éxito de romper la monotonía del paisaje, de la que acaban siendo sólo una parte más.

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