14 julio, 2005

La culpa es más cómoda que el miedo

Vamos conociendo la identidad de los cuatro asesinos de Londres y resulta que no eran muertos de hambre arrasados por el mar de injusticia universal, sino ciudadanos británicos (de origen pakistaní pero ya nacidos en el Reino Unido) totalmente integrados en la sociedad y con un nivel de vida que, sin ser el de la familia Ben Laden, tampoco era el de las masas harapientas que se supone que se levantan en contra del occidente opresor espoleadas por el hambre.

Todo esto desmiente, una vez más, la martingala de los terroristas como oprimidos que prefieren suicidarse de pie que vivir de rodillas. Sin embargo, no nos engañemos: a la próxima masacre en un país occidental (porque los niños asesinados por los “heroicos resistentes” de Irak parece que no le preocupan a nadie) volveremos a oír las mismas o parecidas voces diciendo idénticas o similares tonterías.

Como sobre el tema creo que ya no vale la pena ni discutir, cabe preguntarse por qué éstas fantasiosas teorías tienen tanto éxito y son expuestas y jaleadas por tantos. Pienso que para ello hay dos razones esenciales: la primera es que se trata de una argumentación que permite soltarle una colleja al capitalismo como sistema económico, ya sabemos (porque la historia nos lo enseña, otra cosa es que no lo queramos ver) que el capitalismo es el único sistema que genera niveles de vida aceptables para la inmensa mayoría de los ciudadanos, pero también está claro que además genera niveles de libertad que son intolerables para muchos.

La segunda causa es un poco más compleja e implica algo de lo que podríamos denominar “psicología colectiva”: las sociedades occidentales ya no entienden un fenómeno como el fanatismo religioso, es algo que no les cabe en su cómoda y agnóstica cabeza en la que la religión es sólo un elemento más en sus vidas (si es que está presente) que sirve de alivio en determinados momentos y para organizar bonitas bodas, pero que no rige todos los aspectos de nuestra existencia.

Por eso la violencia del terrorista suicida que es un fanático religioso tiene una ferocidad y una cualidad indiscriminada que es imposible de comprender para la mayoría de los europeos y, como no entendemos el fanatismo no podemos ver más allá, solo vislumbramos el abismo que abre ante nosotros y que nos aterra: lo incomprensible, lo absolutamente irracional.

En estas circunstancias y aunque parezca paradójico encontramos un extraño confort en la culpa: si es culpa nuestra, del capitalismo injusto, el asunto vuelve a una dimensión que comprendemos y dominamos. Frente al pánico de lo desconocido e incomprensible la comodidad del conflicto que ya conocemos, aunque tengamos nosotros la culpa, aunque seamos nosotros “los malos”.

No por más falso es menos reconfortante.

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