Se preguntaba ayer Arcadi Espada en su nunca suficientemente bien ponderado blog:
“¿Podrían, por favor, decirme, aquellos que sostienen el propósito electoral del 191M, por qué Al Qaeda no atentó antes de las elecciones en Londres?”No es que tenga yo esperanzas fundadas de que el bueno de Arcadi pase por aquí, pero aún así creo oportuno dar una contestación a su pregunta, ya que la lanza en un tono genérico y tan abierta que muchos nos podemos sentir interpelados.
La respuesta, Arcadi, no es demasiado complicada: porque no habrían conseguido, como lograron en España, influir definitivamente en el resultado electoral, y menos en el sentido que ellos hubieran deseado. Nos explicamos: en la Gran Bretaña actual hay dos partidos que pueden llegar al poder y que, de hecho, van turnándose en él desde hace ni se sabe: el Conservador y el Laborista. Un tanto groseramente pero para entendernos podríamos describir al primero como un trasunto del PP y al segundo como algo parecido al PSOE (esto es un decir: ya me gustaría a mí que el PSOE se pareciese a los laboristas).
Sin embargo, ambos tienen líneas más o menos comunes respecto a muchos de los temas más importantes, con las lógicas diferencias que dan sentido a la confrontación electoral como, por ejemplo, el enfoque a las relaciones con la UE, o a la entrada o no en el Euro. Por el contrario, si hay matices en lo que piensan y proponen para la UE, respecto a la relación con EE.UU. tanto laboristas como conservadores tienen muy claras las ideas y comparten la visión de cuán importantes son; el antiamericanismo de pacotilla de Zetapé y sus muchachos es allí un producto mucho menos rentable políticamente. Lo mismo ocurre con la política frente al terror, así aunque la guerra de Irak ha tenido un fuerte coste en popularidad para Blair este no ha sido tan elevado como predecían algunos agoreros y, de hecho, ha ganado hace poco su tercer mandato y también por mayoría absoluta.
Con todo esto quiero decir que aun en el caso de una derrota electoral de Blair era imposible pensar en un giro radical de la política exterior británica; resultaba inconcebible que el nuevo primer ministro saliese por patas de Irak; y era inimaginable verle a partir de un piñón con Chávez y otros “demócratas de toda la vida”; ningún inglés, en suma, sería capaz de proponer la “Alianza de civilizaciones” fuera del programa de Benny Hill.
Pero lo más importante es que para que un atentado terrorista tenga un demoledor efecto electoral contra el partido gobernante (y más si éste es el que claramente se enfrenta a los criminales vengan de donde vengan) es necesaria la colaboración de una oposición vergonzosamente desleal y de unos medios de comunicación desvergonzadamente manipuladores; es precisa la ruptura de las reglas más básicas de la democracia como el respeto al día de reflexión; es imprescindible, en resumen, que una parte del espectro político se considere legitimada para hacer cualquier cosa frente a la otra. Todas estas circunstancias son poco probables en una democracia centenaria, consolidada y civilizada como la británica.
En definitiva: un atentado terrorista tiene pocas posibilidades de derribar un gobierno, más bien tenderá a reforzarlo… si no es con la “ayuda” de la izquierda española.
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