27 julio, 2005

¿Tirar a matar en tiempos de guerra?

Se ha montado un revuelo de primera (ojo a la ristra de noticias que nos ofrece Google Noticias) con las declaraciones del Presidente del Consejo General del Poder Judicial, Francisco José Hernando, justificando que la policía británica tiene la orden de tirar a matar a los sospechosos de ser terroristas a punto de hacer explosionar una bomba.

Lo terrible del caso es que como ustedes sabrán la orden se ha “inaugurado”, por así decirlo, con un terrible error que acarreó la muerte de un pobre chico que salió corriendo a la orden de alto de los policías porque tenía el visado caducado y que, para más INRI, vestía con una sospechosísima gabardina muy poco habitual en el mes de julio, aunque estemos hablando de Londres.

Razona el señor Hernando que estamos en la III Guerra Mundial, que la amenaza terrorista es de tal calibre que no podemos de dejar defendernos ante ella y que, entre la vida de un terrorista y la de las decenas de personas que le rodean en el momento de tirar de la anillita, hay que tenerlo claro. Bien, cabría preguntarse si un personaje con una responsabilidad institucional como Hernando debe entrar a opinar sobre la política interior de otro país, pero más allá de la oportunidad de las declaraciones y de la persona que las ha hecho (y de su patética expresión oral, dicho sea de paso) lo que subyace para mí en todas estas discusiones es si una sociedad democrática tiene derecho a defenderse o no.

Personalmente, y pese a los discursos alarmistas que se pueden leer y oír por ahí creo que es más libre una sociedad democrática en la que el estado me defiende radicalmente que aquella que me deja a merced del primer asesino que pasa, porque la peor falta de libertad que me puede sobrevenir es la muerte.

Hay que tener en cuenta que no estamos ante una amenaza como las que hemos conocido hasta ahora y que la diferencia es significativa. Para que nos entendamos: tirar a matar a un terrorista de ETA que huye no es necesario y por tanto el bien que se pierde, una vida humana (aunque sea la de un asesino hijo de puta), es infinitamente más valioso que lo que ganamos con ella, ya que se pueden dar otras alternativas: cercarle, esperar, los procedimientos habituales vaya.

Sin embargo, en el caso de un terrorista suicida que está rodeado de ciudadanos inocentes no hay segundas oportunidades y un instante de duda puede acarrear la muerte de muchos inocentes. A un fanático que está dispuesto a hacerse explotar en nombre de Alá no se le puede convencer simplemente encañonándolo, ni siquiera dejándole malherido: mientras le quede un resquicio de vida puede hacer explotar su mortífera carga y llevarse unas cuantas vidas por delante. Y esto no es aplicar la pena de muerte sin juicio como dice López Garrido; pena de muerte sin juicio y a sangre fría es lo que hacía el GAL, señor López Garrido, y hay que recordar que lo montó su partido, ya que saca usted el tema.

Lo que ocurrió el otro día fue un tristísimo error o, mejor dicho, una cadena de errores los peores de los cuales los cometió la propia víctima, pero si no tenemos claro que nos enfrentamos ante un mal y una locura totalmente radicales no seremos capaces de defendernos.

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