Hay personas que tienen un don especial para el mal, un mal de barrio bajo eso sí, chapucero y gitanillo, por así decirlo, de tercera o cuarta regional, pero que suele salir a la superficie cada vez que el personaje en cuestión da un paso, abre la boca o pergeña algo.
Pongamos como ejemplo a Alfredo Pérez Rubalcaba, un personaje en cuya siniestra faz no es sino el espejo de su alma: perversa, maligna e indigna, pero sobre todo barriobajera, marrullera, aficionada a la bajeza, el trile y todo tipo de timos similares, feliz en la mentira y siempre incómoda con la verdad.
Alfredo Pérez Rubalcaba era Ministro Portavoz de un gobierno acusado (y condenado) de crímenes de estado y sumido hasta las trancas en la corrupción (repasemos someramente que nunca está de más: Roldán, BOE, AVE, Expo, Ollero, Cruz Roja, Filesa…), pero pese a ello se mantiene en política o, mejor dicho, en lo que personajes de su calaña entienden por política: la defensa de sus intereses y los de su partido por encima de cualquier otra consideración ética, moral o de defensa del estado.
Y es que Rubalcaba es un animal de la política (que no es exactamente lo mismo que un animal político): un perro de presa especialista en morder y desgarrar, sin complejos y sin sentimientos, sin ningún sentido de la moralidad o la decencia, entrenado para acabar con la yugular del enemigo a dentelladas. Lo que pasa es que como bicho no excesivamente racional a veces se pasa, ataca a destiempo y de una forma demasiado evidente. También le ocurre en ocasiones que su violencia es tan desagradable que resulta contraproducente a largo plazo.
Por supuesto, la violencia de este personaje no es física, pero su desprecio por la verdad, su descaro a la hora de mentir, su desconocimiento de las normas más básicas de la democracia (como el respeto al día de reflexión) son igual de violentas o más que si le liara a bofetadas con los diputados. El espectáculo que protagonizó ayer en el Congreso es de lo más bajo que hemos visto en 30 años de democracia: se encaró con un diputado del PP que esa misma mañana había estado en el entierro de un amigo fallecido en el incendio de Guadalajara y le acusó de fingir estar afectado con la única intención de provocar un incidente parlamentario.
Un tipejo de esta baja estofa en una posición tan elevada como la que él disfruta hace mucho daño, pero no al PP como él y sus adláteres se creen, sino a la democracia, en la que son como un cáncer que, desde dentro mismo del sistema lo corrompe y lo debilita. El día en el que Rubalcaba se retire bien por muerte política o natural (porque tiene pinta de dar guerra hasta los 100, como Balaguer), la democracia en España será más sana y el país, como diría Zapatero, más decente.
21 julio, 2005
Un cáncer de la democracia llamado Alfredo Pérez Rubalcaba
Posted by Unknown at 11:23 a. m. Menéame
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